EL ARTE DE PENSAR SIN PARADIGMAS

http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=35603021



EL ARTE DE PENSAR   SIN PARADIGMAS

Dr Rigoberto Lanz
Escritor y profesor  de la Universidad Central de Venezuela



¿Es posible “pensar sin paradigmas”?

¿Es posible “vivir sin paradigmas”?


Tal vez este tipo de interrogación pueda parecer
un tanto retórica pues la respuesta automática
debería ser “No”. No, si se entiende paradigma
como lo quiere el amigo Edgar Morin: “Todo
supuesto respecto de la vida misma”. Si paradigmas son los supuestos con los cuales pensamos, hablamos y nos comunicamos; si el lenguaje mismo ya es un supuesto, entonces, obviamente no se puede ni vivir, ni pensar sin paradigmas. Pero si paradigma no es solamente
eso, como lo sugiere Edgar Morin, entonces la pregunta es
menos retórica. Y si ya nos situamos, en este comienzo del
siglo XXI, unos de los rasgos más distintivos de la época
que nos toca vivir es que, en efecto, ciertos paradigmas ya
no sirven para pensar, ciertos paradigmas que nos
acompañaron durante largas décadas, siglos incluso, ya
no están en condiciones de pensar el mundo, ya no sirven
para explicar el mundo, para guiar nuestras conductas en
el mundo en que estamos. Entonces, yo diría un tanto
eclécticamente que si bien es cierto que no podemos pensar
sin supuestos, no podemos vivir sin supuestos (los
supuestos nos acompañan siempre), hay muchos de ellos,
convertidos en fuertes paradigmas de la civilización, que
están hoy en decadencia, hechos añicos, en crisis. Y por
allí comienza, justamente, esta reflexión.
Quisiera introducir entonces la pregunta de si es
posible pensar sin paradigma, interrogando la propia idea
de la crisis de paradigmas, que es una de las expresiones
más recurridas, probablemente, en el vocabulario
académico hoy por hoy: “Crisis de paradigmas”. Vivimos
una “Crisis de paradigmas”. Pero, ¿qué quiere decir “Crisis
de paradigmas”? ¿A qué se refiere la metáfora misma de
“Crisis de Paradigmas”?
Por lo menos me gustaría invitarles a pasear un poco
por unos tres síntomas de la idea misma de crisis. Para
comenzar, como ustedes bien saben, (porque seguramente
han transitado previamente por estos territorios del mundo
epistemológico, de la reflexión sobre el conocimiento), la
idea de crisis está presente de forma abrumadora en todos
los discursos. Hasta el punto de que es un concepto
especialmente banalizado. Casi no dice nada, porque todo
se nombra con la palabra “crisis”; Por lo tanto, caracterizar
una época, un momento, un paradigma en clave de crisis,
no transmite de inmediato nada al lector; por el enorme
poder trivializador que tiene un uso abusivo de esta palabra
“crisis”. Así, nos exponemos con la expresión “Crisis de
Paradigmas” a no decir nada, o a decir muy poco, puesto
que la representación que le sigue a esta expresión está
cargada de imágenes de todo tipo. Entonces habría que
resemantizar un poco la idea de crisis y ponerla a decir
algo, y justamente de eso se trata. Me gustaría marcar una
idea central respecto a la idea de crisis que nos permita
manejarnos mejor con la noción de “crisis de paradigmas”,
y se trata en efecto, de una crisis con “C” mayúscula. Es
una crisis que está nombrando el punto de inflexión de
una lógica civilizatoria. Es una caracterización que quiere
poner el centro de atención, no en este o aquel aspecto de
detalle, de tal o cual saber, disciplina o ambiente
cognoscitivo, sino en el propio centro fundacional de una
civilización. Nada más y nada menos.
Estamos diciendo que la Modernidad, (con “M”
mayúscula), es decir, una civilización, tiene tres o cuatro
siglos instaurando y realizando un modo de ser, de pensar,
de producir y de reproducir la vida, el hombre, la
humanidad. Esa Modernidad ha entrado en crisis. ¡Ah! Si
lo que está en crisis es una civilización, su lógica fundante,
sus conceptos pivotes fundamentales, entonces no estamos
hablando para nada de una “crisis de crecimiento”, de un
accidente, de una aceleración repentina, de una coyuntura,
inconveniente, de una anomia reparable; estamos hablando
de una convulsión en la médula fundacional de la
civilización que gobierna el globo terráqueo desde el siglo
XVI en adelante, sobre manera, a partir del siglo XVIII. Es
la Modernidad toda la que ha entrado en crisis. Es decir, es
una civilización, es una lógica, es un modo de entender al
mundo, es una manera de organizar la vida en ese mundo,
etc. Sólo sobre este punto obviamente habría que hacer un
largo Seminario.
Habría que tomar nota de las enormes posibilidades
de una investigación detallada sobre estos problemas. Ese
no es el caso, por ahora. Para los fines de este texto ya basta
con afirmar que la crisis de la que hablamos es una situación
límite, insisto, que está colocando el propio modo de
entender el mundo contemporáneo en un desiderátum y
cuestiona, entonces, los propios fundamentos que dieron
pie a toda una civilización que se desarrolla sobre manera
a partir del siglo XVIII, el XIX, el XX. Crisis que dejará
exhausta a esta manera de entender el mundo (a este “metarelato”como gustaba decir a J. F. Lyotard). Por tanto, si esa es la crisis de la que hablamos, entonces crisis de
paradigmas no es un concepto trivial, no es una idea que
socorre de manera accidental las anomias de una cultura.
Es un concepto esencial para entender justamente “por
dónde van los tiros”, por dónde va, justamente, la
investigación de hoy para reinventar el mundo, para poder
colocarnos en condiciones de entender la fenoménica de
este mundo que nos agobia por su complejidad, por su
magnitud. En segundo lugar, (respecto a las tres grandes señales de la idea de crisis) yo creo que entró en crisis todo.
Digamos que no hay ningún escenario, esfera, componente
de la vida material o espiritual, que no haya entrado en
crisis. Pero me gustaría marcar justamente la idea de crisis
de fundamentos y, en especial, una cadena de conceptos
fundacionales de esta Modernidad, que tienen que ver con
la idea de razón, encadenada con la idea de ciencia,
encadenada con la idea de progreso, encadenada con la
idea de Sujeto, encadenada con la idea Historia, encadenada
también con la idea de educación.
Quisiera sostener claramente que el concepto de
“educación” fundado por la Modernidad, el único
concepto de educación que vale la pena discutir, está en
bancarrota. La educación es una hija privilegiada de la
razón Moderna. La educación es hija de la ciencia, la
educación es hija del concepto de progreso. La educación
es hija del sujeto histórico. Sin estos conceptos matrices la
idea de educación no tiene sentido. Educación es el modo
como la Modernidad entendió la forma de reproducir una
cierta idea de la razón occidental, de la razón Moderna; de
la razón del progreso, de la historia centrada,
del progreso que viene, de la técnica convertida, digamos, en materialización de la ciencia. En fin, toda una constelación
conceptual y categorial, sin la cual la idea de educación se desvanece. La vieja imagen de paradigmas enfrentados (el marxismo enfrentaba al positivismo, el estructuralismo enfrentaba al funcionalismo) ya no se sostiene. Estos son microenfrentamientos, guerras secundarias, en comparación con la idea de que el gran paradigma de la ciencia occidental
es el que ha entrado en crisis, el que ha colapsado, el que
ha hecho aguas. Y esa crisis tiene que ver, insisto, no con
una disfunción, no con una anomalía de una categoría que
no funciona, no con un cortocircuito entre conceptos o
con una falla de una teoría respecto a otra. Lo que está en
crisis es la propia lógica fundacional del paradigma que
nos permitía pensar. Lo que está en juego, entonces es,
como dice Edgar Morin en varios de sus libros, todo un
modo de pensar. Lo que nombra la figura de crisis de
paradigmas es el agotamiento de una manera de pensar,
crisis de una lógica de pensamiento; crisis de una
racionalidad fundante de la propia manera de entender el
mundo, de comprenderlo, de explicarlo. Por tanto, ese
modelo de explicación que habita de forma privilegiada
en el espacio escolar también mostrará sus límites en este
ámbito particular. La escuela es el ambiente simbólico por
excelencia para ilustrar una cultura, el lugar privilegiado
donde se pone en evidencia el modo como se piensa el
mundo. Ese entendimiento del mundo, esa circulación de
saberes, esos conocimientos que pueblan las redes
semióticas, que circulan en los entramados intersubjetivos,
que habitan el espacio de la escuela y de la universidad,
son expresión crucial de la racionalidad misma de la
civilización Moderna. Estamos diciendo que la herencia
de estos tres siglos de ese espacio llamado universidad,
del espacio escolar en su conjunto, ha entrado en crisis.
Y en tercer lugar, la señal con la que quiero concluir
esta idea de crisis es -en la imagen original de este
concepto- como posibilidad. La crisis es también una
oportunidad en la acepción que está en antiguas
tradiciones; la crisis es siempre una oportunidad; no es un
concepto forzosamente negativo; para nada es una idea
luctuosa, que haga resignar y encoger. Es un concepto
siempre cargado de una doble significación. Que algo entre
en crisis... !bienvenido! Que algo está en crisis es porque
cosas buenas pueden pasar. Yo quisiera pensar, entonces,
que la crisis a la que me refiero y la crisis de paradigmas, en
particular, es una buena noticia, es algo de lo cual hay que
contentarse, es una señal positiva de que algo va a ocurrir.
Yo quisiera suministrar algunas pista de lo que está
ocurriendo ya, de lo que ha ocurrido, de hecho, y de lo que
puede ocurrir con la crisis de paradigmas, con la crisis
general que vive esta civilización y con el advenimiento
de otro mundo, ese otro mundo que nosotros, los
posmodernos, llamamos una era neobarroca.
Pues bien, creo que ustedes se enfrentan a un
mundo en crisis y ojalá que puedan de ese mundo
tomar justamente lo que emerge, lo que irrumpe,
lo desconocido. Hay un mundo que eclosiona, hay
un mundo que se hace visible y hay un mundo que
se presenta, a veces fantasmáticamente, como lo
desconocido. El mejor desafío para un investigador, para
un pensador, es justamente adentrarse sin temor en las
sombras, al claroscuro de lo que no está conocido, de lo
que es borrosamente intuido. (Patético sería graduarse de
“Doctores de lo obvio”). Eso no va a ocurrir. Cada tesis de
un investigador, como no es una derivación de lo obvio, es
al contrario, una indagación de un territorio desconocido,
medio conocido, o desarrollado. Eso es precisamente lo
que justificaría un Programa Doctoral, un sistema de
estudios, una universidad, etc.
Así pues, las reflexiones que se arriesgan, las que
crean una pista importante para no tenerle miedo a la crisis
(porque la crisis hace emerger elementos nuevos, hace
irrumpir factores desconocidos) son las que apuestan por
la búsqueda sin seguridades, las que desafían el “canon”;
esa es la gracia de la crisis como posibilidad. Vivir en un
período de extrema estabilidad, sin crisis, es pensar el
mundo de otra manera, con otros recursos, por tanto, la
emergencia y la irrupción serían el ingrediente para nuestros
pensamientos.
Otro dato interesante de este mundo, que nos toca
vivir es, justamente, la impronta de la incertidumbre, del
caos y de lo relativo. Se trata de pensar en la incertidumbre,
no como un dato circunstancial, no por ahora, sino como
una condición sustancial del nuevo modo de vivir esta
realidad, este mundo. No se trata de constatar
episódicamente que por los momentos hay clima de
incertidumbre y no hay más remedio que abandonar las
certezas y transitoriamente acoplarnos a la inestabilidad y
turbulencia. Sospecho que este modo trivial de plantear el
problema está condenado desde el inicio. La incertidumbre
es una condición constitutiva de la nueva realidad que
nos toca vivir. El mundo posmoderno que no es un mundo
transitorio ni un estado del tiempo pasajero, tiene como
condición esencial de la forma de ser, de la vida misma, la
incertidumbre como una de sus componentes. Por tanto,
las mentes demasiado lógicas, las mentes muy
ecuacionadas, las mentes causa-efecto, las mentes lineales,
las mentes simples, la pasan muy mal en un mundo
caracterizado esencialmente por la lógica de la
incertidumbre. Pensar en situación de incertidumbre, actuar
en contexto de incertidumbre, es, justamente, poder poner
el pensamiento en capacidad de vibrar, de no sucumbir, de
no conformarse con lo obvio, efectivamente, cuando no
hay ecuación posible, cuando no hay linealidad posible,
cuando no hay causa ni efecto. Los posmodernos afirman
de una forma muy brutal que nada es causa de ningún
efecto. Se acabó aquella lógica, un poco mentirosa, un
poco elemental, de que siempre hay una causa y un efecto.
Hay en verdad una errática multicausalidad, en situaciones
tan ambivalentes que hacen que la física de partículas, por
ejemplo, sea una semblanza muy curiosa de poética,
discurso pulsional y aproximativo (como dicen los propios
físicos, hoy por hoy).
Sin embargo, esa es parte de las perversiones con las
cuales convivimos y ni nos conmovemos frente a ellas.
Nos toca vivir un mundo que se abre, que se ablanda que
se debilita. Al pensamiento posmoderno también se le llama
“pensamiento débil”. Pero he aquí una paradoja interesante:
la fortaleza más encumbrante del pensamiento posmoderno
es, justamente, que es débil. Allí está su fortaleza.
Pensamiento débil no es pensamiento aguado. No. La
fortaleza de “pensamiento débil” está en su infinita
capacidad de desplazamiento, de adaptación, de “esponja”
de nomadismo y “vagabundeo” (como gusta decir al amigo
Michel Maffesoli). ¿Por qué será? La metáfora es clara: la
hiedra tiene chance de sobrevivir en condiciones de alta
competencia por nutrientes y el roble no, por su enorme
capacidad rizomática de vivir en movimiento en las
superficies blandas.
Ese es uno de los rasgos característico de la estructura
de esta nueva sociedad en la cual nos toca vivir, a la que
estamos convocados. Se trata de pensar con una “caja de
herramientas” (Michel Foucault) que tenga la capacidad y
la plasticidad de ser emergente, de ser irrupcional, de ser
blanda, de ser esponjosa-porosa, para justamente poder
pensar la complejidad, (más que la visibilidad sólida de
las cosas que tenemos en frente).

Otro planteamiento que en la sutileza y en la pequeña
ranura encuentra su propia verdad lo tenemos en lo
instantáneo y lo efímero que es característico de este
tiempo. Este es un tiempo efímero, es un tiempo de la
ambigüedad, un tiempo de la transversalidad, constitutiva
de lo real y no solamente de un estilo de pensar. Por tanto,
no hay forma de capturarlo en clave de ciencia dura, no
hay forma de entenderlo en clave de lógica fuerte, no hay
forma de cómo prenderlo en clave de lógica lineal. El
paradigma de la simplicidad no puede entender al mundo
posmoderno... y estamos en un mundo posmoderno. Yo no
estoy inventando el mundo en el que nos toca vivir. En fin,
que muchos colegas todavía no se hayan enterado es algo
patético, pero eso pasa muchísimo. La ignorancia no está
en crisis. Uno puede pasarse la vida en su “mundo, feliz” y
no se entera de que existe un universo, conmovido por lo
que estoy diciendo.
En particular en el mundo de la educación, la idea de
la crisis como posibilidad comporta una fuerza
especialmente incisiva. La idea Moderna de “educación”
es parte de la crisis, como ya lo he planteado. ¿Qué es eso
de “Ciencia de la Educación”? ¿Cómo “Ciencia de la
Salud”? ¿Cómo “Ciencia del Ambiente” o “ Ciencias
Jurídicas o “Ciencias de la Comunicación”? He allí una
aparente paradoja: son efectivamente esas ciencias las que
están en crisis. Por tanto, hemos recibido una herencia poco
creíble, algo de suyo sospechoso. Unas tales “Ciencias de
la Educación” no se sostienen a menos que con este rótulo
sólo estemos identificando un gran campo de problemas.
Una reunión de disciplinas no agrega mucho a los
problemas epistemológicos de fondo. Una visión
“multidisciplinaria” puede ser útil pragmáticamente (frente
a concepciones estrechamente simplistas) pero eso no
resuelve el problema. Que sean muchas ciencias, una
reunión de ciencias, una fiesta de ciencias, eso tiene poco
valor agregado a los efectos de encarar los asuntos de
fondo. En tanto que disciplina, en tanto que lógica
disciplinaria, en tanto que discursos de la simplicidad, esas
ciencias, sin excepción, están en crisis. De la física a la
antropología. Sin que quede una sola de ellas en el camino
que diga “eso no es conmigo”. Les puedo mostrar
fehacientemente, una por una, en qué consiste la crisis de
esta larga cadena ciencias. Eso está ampliamente
documentado, de ello justamente me he ocupado en todos
estos años. Lógicamente, esto no es culpa de nadie. Que
algunos colegas estén más enterados de estos asuntos, es
algo que se entiende. El trabajo de investigación
epistemológica requiere de mucha dedicación y no todos
transitan de la misma manera por esos territorios.
Un grupo de colegas en el mundo hemos consagrado
buena parte de nuestras vidas a rastrear esta crisis, en mirar
por dentro en qué consiste su impacto en cada ámbito, en
singular o en el conjunto de las ciencias. Por fortuna hecha,
ahora también se han incorporado a esta tarea sus propios
mentores: físicos, biólogos, matemáticos, ecólogos,
sociólogos. No hay ningún campo que se exceptúe de esta
tremenda conmoción de la crisis de las ciencias. Las
ciencias humanas tienen su especificidad, desde luego.
Pero ello sirve para librarlas de los mismos padecimientos.
¿Y la de la educación? ¿Será la excepción? ¿Esas “Ciencias
de la Educación” tienen alguna variante respecto a la idea
de crisis? No. Son ciencias que están tocadas en su propia
naturaleza y las encontraremos, entonces, convertidas en
discurso educativo (en cuyo caso se observan las
limitaciones en el espacio de las políticas públicas y en las
prácticas escolares) e igualmente conmocionadas por la
misma crisis de paradigmas de la que vengo de hablar y
esa es una buena noticia. Si hemos planteado que la crisis
es también posibilidades, entonces he aquí una estupenda
oportunidad de pensar la crisis de la educación.
Hay que tomarse la molestia de inventar su propio
paradigma (aun cuando fuera como alegato metafórico del
establecimiento de algunos supuestos básicos). Hay que
tomar algún riesgo y disponerse a inventar, a pensar con
cierta audacia. Estamos en un momento en el que inventar
puede ser la condición para salir de la crisis. Inventar, lo
digo en el sentido fuerte de la palabra. Hay que arriesgarse
a poner por delante nuestra propia capacidad heurística.
(Si el tutor está de acuerdo o no, bueno, podemos
negociarlo; pero, justamente, esa es la gran posibilidad
que recibimos de unas “Ciencias de la Educación” en
problemas: la vieja autoridad dogmática pierde toda
pertinencia) nadie podrá proclamar ahora que el paradigma
tal o el paradigma cual es invocado y todo está arreglado.
Por ello es una buena noticia que justamente las “Ciencias
de la Educación” sean (como las “Ciencias de la salud”,
como las “Ciencias de la comunicación”, como las
“Ciencias del ambiente”, como las “Ciencias
administrativas” y toda una cantidad de ciencias que
configuran saberes) especialmente problemáticas hoy por
hoy: desde el punto de vista epistemológico, desde el punto
de vista de su fundamentación, desde el punto de vista
metódico. Buena noticia, porque los investigadores tienen
una enorme posibilidad, un reto para pensar esto desde el
comienzo, con la propia creatividad, con su ingenio, con
su talento, con su visión, con sus fantasmas.
Antes había unos señores encargados de dictaminar
(en nombre de la ciencia y las buenas costumbres
académicas) si eso era correcto o incorrecto. Pero hoy no
estamos frente a un jurado que pueda prescribir si esto es
verdad o falso, bueno o malo, bello o feo. ¿Desde dónde
juzgar la validez respecto a este o aquel paradigma? Sería
muy sospechoso (sería poco serio) estar invocando un
paradigma para juzgar lo bien o mal hecho de este o aquel
autor, de un libro, de una tesis, de una proposición. Así que
esa es una enorme ventaja a la hora de valorar los efectos
beneficiosos de las crisis. Claro, implica también más
responsabilidad, nos obliga a pensar complejamente, nos  
reta a pensar con cabeza propia. Pero, bueno, de eso se
trata, en todo caso.
Buscando una convergencia de cierre de esta
reflexión libre, me gustaría colocar la metáfora de un amigo
de la UPEL (Edgar Balaguera) en Maracay, que ha escrito
un libro muy emblemático. Él ha publicado un interesante
libro que se llama La escuela enferma y, justamente, juega
con esta metáfora un poco hospitalaria, lo cual no es tal
vez una muy bella evocación (lo que está enfermo nunca
es bello). Pero, justamente, su título sugiere que en efecto
la “enfermedad” de la escuela no es corregible en las
terapéuticas de la Modernidad, no es curable, digamos,
con remedios tipo “cambio de ministro”, “cambio de
currículo”, que es uno de los deportes favoritos que
tenemos en Venezuela. (Cada vez que llega un rector, un
decano, un director de lo que sea, lo primero que se le
ocurre es un “cambio de currículo”). Todas esas cosas son
bienvenidas, pero eso no va a curar esta “enfermedad” de
la que habla el amigo Edgar Balaguera en su libro, que es
en el fondo la misma “enfermedad” de la crisis civilizatoria
de la cual hemos conversado largamente en este texto. Los
conceptos de “escuela”, de “educación”, de “pedagogía”,
y de “didáctica”, son justamente los dispositivos
discursivos que están en bancarrota. De allí no se sale con
terapias remediales, de esos límites severos uno no se libera
“sino a condición de una reflexión muy profunda, muy
crítica, que pueda hacerse cargo” de esta agenda esencial
de los nuevos tiempos, y es ese justamente el reto que
tienen los investigadores que laboran más cercanamente
al mundo de las “Ciencias de la Educación”
¿ Y en qué otra parte está ?
Creo que lo que vale la
pena enseñar, (si de enseñar se
trata ya que siempre habrá
aprendizajes, sin los cuales morimos. Hasta las células
aprenden, así que nosotros somos más grandecitos que una
célula... aunque dice Edgar Morin que una célula tiene
más componentes de complejidad que un parque industrial)
es la capacidad de apropiación. La virtud más querida,
más mimada del hombre de hoy, es su capacidad de
apropiación. Lo que deben estar enseñando, de verdad, es
la inteligencia y capacidad para apropiarse: apropiación
de la experiencia del otro, sobre manera. ¿En qué se
diferencia la inteligencia de la torpeza? En que la
inteligencia es capaz de apropiarse de la experiencia del
otro. Los torpes no desarrollan experiencias de aprendizaje
de esta complejidad y cometen siempre los mismos errores.
Entonces, la idea de formación debe estar asociada a la
experiencia cognitiva, ético-política, cultural, de nueva
socialidad, de cooperación, de solidaridad con el otro. Creo
que todo esto requiere de aprendizajes. Esto no viene en
ningún código genético, no hay ningún cromosoma que
comande la capacidad de apropiación. Eso hay que
cultivarlo; cultivar la capacidad de apropiación de la
experiencia; (de nuestra experiencia, de la experiencia, de
1a cognición, de la experiencia de la formación, de la
experiencia de la creatividad, de la experiencia de la
sensibilidad).
De nada valdría un descomunal esfuerzo de
investigación en el ámbito de las “Ciencias de la
Educación” si ello no está acompañado al mismo tiempo
de la enorme posibilidad de que los intelectuales dejen
como rastro, como acumulación, como hecho visible,
justamente un aporte a las investigaciones que vengo de
nombrar. Sería una lástima que esas angustias que venimos
de compartir pasaran a formar parte de los recuerdos lejanos,
sin ninguna incidencia en el quehacer cotidiano en las
comunidades académicas.
No podemos pretender que este texto marque la
agenda de las próximas investigaciones. No tengo esa
pretensión. Quisiera solamente compartir algunas de estas
interrogaciones que, seguramente, forman parte no sólo de
un saber universal que está hoy en día puesto en todas las
agendas internacionales de discusión, sino que son vitales
para la universidad, para este país. Se trata de un aporte
esencial para entender el mundo en el que estamos. Cómo
podemos reconducir una cosa vital para el país, cómo es su
sistema educativo todo, su sistema de educación superior
en particular.
Estas sociedades enfermas de exclusión no es obvio
que vayan para algún lugar asegurado de antemano como
para dormir tranquilos. Les consta a todos los ciudadanos
con un mínimo de visión crítica. Estas sociedades están
permanentemente en peligro, ellas mismas como
“comunidad destino”. Por tanto, el esfuerzo en el campo
de la educación no puede ser un dato aislado, solitario,
completamente fragmentado, destinado a la fábrica de
profesiones. Es un esfuerzo que tiene que estar mirando al
país sus posibilidades y sus desafíos. Sus enormes riegos,
que hoy están planteados muy dramáticamente, por cierto;
pero también sus enormes posibilidades. Si hay un chance
de país, si hay un chance como para tener una sociedad
decente y digna, apta para vivir en ella (que no tengamos
ganas de irnos a Miami, a París o a Tokio) ello demanda
una enorme responsabilidad ético-política en primer lugar.
Luego, nuestros aportes en el campo que sea tienen un
valor enorme, mucho más hoy que en condiciones de
estabilidad y de lógicas instaladas. Nuestro aporte, por
muy modesto que sea y por muy solitario que se vea en su
proporción, en nuestros laboratorios, estudios o bibliotecas
es un aporte esencial para expandir las posibilidades de
Venezuela en su educación, en su vida universitaria, pero
también en toda ella, como sociedad viable. Si así fuera...
les aseguro que me gustaría estar por allí compartiendo
con todos las hazañas de haberla hecho posible.


Tomado de Question, Año 2, Nº 24. Caracas, junio 2004, pág. 24.


Comentarios

  1. Pensar sin Paradigmas: los paradigma si son los supuestos con los cuales pensamos, hablamos y nos comunicamos; entonces obviamente no se puede ni vivir, ni pensar sin paradigma. Sin embrago, hay que tomar algún riesgo y disponerse inventar, a pensar con cierta audacia. Estamos en un momento en donde inventar puede ser la condición para salir de la crisis. Inventar, lo digo en el sentido fuerte de la palabra. Hay que arriesgarse a poner por delante nuestra propia capacidad heurística. (Si el tutor está de acuerdo o no, bueno, podemos negociarlo; pero, justamente, esa es la gran posibilidad que recibimos de unas "Ciencias de la Educación" en problemas: la vieja autoridad dogmática pierde todo pertinencia) Nadie podrá proclamar ahora que el paradigma tal o el paradigma cual es invocado y todo está arreglado. En tal sentido Buena noticia, porque los investigadores tienen una enorme posibilidad, un reto para pensar esto desde el comienzo, con su propia creatividad, con su ingenio, con su talento. El trabajo de investigación epistemológica requiere de mucha dedicación y no todos transitan de la misma manera por esos territorios.

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  2. Considero interesante esta lectura debido a la curiosidad que despierta la interrogante planteada por el autor ¿Es posible vivir sin paradigmas? De inmediato el lector busca en su memoria los argumentos necesarios para dar respuesta, muchos coinciden en una respuesta negativa y expresan rápidamente un “NO” rotundo. Edgar Morín, plante que los paradigmas son todos los supuestos respecto a la vida misma: como pensamos, como hablamos, como nos comunicamos y hasta el mismo lenguaje lo consideramos indispensable en la vida. En el siglo XXI algunos paradigmas dejaron de ser útiles para explicar o entender el mundo actual, los supuestos siempre están presentes pero cada vez se hacen más cambiantes, por eso se considera que estamos viviendo una crisis de paradigmas, dicha expresión esta cargada de imágenes de todo tipo, pero, solo se quiere establecer un centro de atención debido a que la modernidad es una corriente que domina a la sociedad mundial y la misma ha entrado en crisis porque cuestiona a su propia civilización. Entonces, hablar de crisis de paradigma es justamente encontrar la oportunidad de reinventar el mundo para poder entender su actual complejidad, de manera que hablar de crisis de paradigma no es establecer trágicos escenarios, sino más bien mostrar la oportunidad de transformar todos los supuestos de la vida. Se trata de utilizar la incertidumbre como una herramienta necesaria para poner el pensamiento en capacidad de vibrar para no conformarse con lo obvio. No es posible vivir sin paradigmas.

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  3. YOLAIZA RAMOS B.
    De acuerdo lo leído considero que no podemos pensar sin supuestos, ya que estos nos acompañaran siempre, es decir que siempre debemos tener un patrón, un ejemplo o modelo digno a seguir, puesto que en nuestra vida cotidiana están presente las ideas, pensamientos, opiniones, creencias, percepciones las cuales son compartidas colectivamente, pero no se puede olvidar que con el paso del tiempo los paradigmas van cambiando y seguramente no podrán ser aplicables, ya que las comunidades cada día van evolucionando, en la actualidad se dice que estamos viviendo una época donde hay una escasez de paradigmas por la falta de ideas y opiniones ya que nos encontramos en una sociedad de pocas palabras gracias a la modernidad, ya que las personas se expresan o comunican utilizando aparatos tecnológicos que dificultan o acortan las ideas expresiones de las personas; pienso que se hace necesario a través de la educación fomentar en los estudiantes el privilegio de comprender y pensar en grande, en otra manera de vivir ya que son parte de la historia y que forman la sociedad.

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