EL CÍRCULO DE VIENA (2 personas)
EL CÍRCULO DE VIENA
Echeverría Javier
(1989): Introducción a la Metodología de la Ciencia. Barcelona :
Barcanova. Pp. 6-21
1.
Introducción
El Círculo de Viena se constituyó
formalmente en 1922, en torno a la cátedra de filosofía de las ciencias inductivas
que había pasado a ocupar Moritz Schlick. Al principio era un centro de reunión
y debate, pero a partir de 1929, tras la publicación de su primer manifiesto
teórico (obra de Carnap, Neurath y Hahn), adquirió consistencia como una
escuela con concepciones propias sobre la filosofía de la ciencia. Suele
atribuirse al Círculo, si no la fundación, el primer impulso a las
investigaciones y estudios sobre filosofía de la ciencia. Sin embargo, sus
tesis básicas provienen de la combinación en un programa articulado de posturas
que ya habían mantenido previamente otros autores, precedentes de lo que
Blumberg y Feigl llamaron en 1931 positivismo lógico. Aunque tenga a Hume y a
Comte como predecesores lejanos, el Círculo de Viena es una escuela netamente
alemana en su origen. Tras la crítica del materialismo mecanicista por parte
del neokantismo de Helmholtz y Hermann Cohen con su escuela de Marburgo, el
fisico Ernst Mach derivó hacia un neopositivismo que negaba todo tipo de
elementos a priori en las ciencias empíricas.
Paralelamente, la física teórica iba a dar un giro fundamental con la aparición
de la teoría einsteiniana de la relatividad y de la mecánica cuántica, cambios
que tuvieron una influencia enorme en los neopositivistas. La incidencia del
convencionalismo de Poincaré y Duhem también se dejó sentir en el Círculo de
Viena, al igual que la creación de la lógica matemática, perfectamente
configurada a partir de la publicación de los Principia Mathematica por Russell y Whitehead en 1905.
Ya en 1907, el
economista Neurath había fundado un grupo de trabajo con el matemático Halin y
el físico Frank, que se ocupaba de filosofía de la ciencia, término netamente
opuesto en Alemania a la
Naturphilosophie ,
en la medida en que rechazaba la especulación metafísica sobre las ciencias de
la naturaleza, y propugnaba el contacto directo de los filósofos con los
científicos. En este sentido, la publicación del Tractatus Logico-Philosophicus de Wingenstein[1][1] en 1921, con su célebre tesis según la
cual «el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas», reforzó
notablemente las ideas neopositivistas, máxime por cuanto Wingenstein ofrecía
un enlace perfectamente adecuado entre la tradición empirista y la nueva lógica
matemática: Schröder y Hilbert, junto con la Escuela de Varsovia, que agrupaba a importantes
lógicos polacos, pasaron a ser referencias obligadas desde la misma
constitución del Círculo.
Sus miembros
fueron en su mayor parte personas con formación científica: Karl Menger, Hans
Hahn, Philipp Frank e incluso Kurt Gödel asistían regularmente a las sesiones,
junto con Schlick,, Carnap, Neurath, Feigl, Waismann y otros muchos. Momento
importante fue la publicación en 1923 de Der
Logische Aufbau der Welt por Carnap, así como las explicaciones de éste a
los miembros del Círculo sobre el contenido de dicha obra a partir de 1925. La
distinción de Russell entre hechos atómicos y moleculares[2][2], con la paralela distinción entre
proposiciones atómicas y moleculares, permitía aplicar el aparato de la lógica
de enunciados a las ciencias con contenido empírico. Por este motivo pasó a ser
habitual la denominación empirismo lógico
o, incluso, atomismo lógico, junto
con otras como empirismo científico o
empirismo consistente. En 1926 surge la Sociedad de Ernst Mach,
formada por este mismo grupo de pensadores, los cuales a partir del Manifiesto
de 1929 pasan a denominarse definitivamente Círculo
de Viena. Con ellos vino a confluir la Escuela de Berlín, formada en torno a Hans
Reichenbach, y que contó con figuras como Richard von Mises y posteriormente
Carl Hempel. También el Conductismo
norteamericano, por lo que se refiere a la psicología, acabó coincidiendo con
las posturas básicas del Círculo, motivo por el cual en 1929 ya estaba en
condiciones de organizar su primer congreso internacional en Praga, que tuvo
continuidad en las reuniones de Königsberg, Copenhague, otra vez Praga, París y
Cambridge.
En 1930 salió
la revista Erkenntnis, bajo la
dirección de Carnap y de Reichenbach. Asimismo se publicaron una serie de
monografías bajo el lema «Ciencia unificada», y se logró llegar a la fase de
máxima actividad en la primera mitad de la década de los treinta. Pero el
ascenso del nazismo, junto a las diversas vicisitudes personales de miembros
relevantes del Círculo (Carnap y Frank pasaron a ser catedráticos en Praga,
Feigl se trasladó a Iowa, y Halin murió en 1934), señalaron el principio del
fin del Circulo de Viena. La condición de judíos de muchos de sus miembros
contribuyó en buena medida a que comenzasen a pensar en salir de los países de
habla alemana, y así Carnap se estableció en Chicago en 1936, y Neurath marchó
a Holanda tras el asesinato de Moritz Sclilick en 1938, a manos de un
perturbado. Neurath trató de continuar la publicación de Erkenntnis en La Haya ,
bajo el título de The Journal of Unified
Science, y Carnap sacó a la luz en los Estados Unidos la International Enciclopedy for the Unified Science. Finalmente, el propio Feig1 hubo de huir
a los EE.UU., y el nazismo disolvió los grupos de Berlín y de Varsovia, con lo
cual el Círculo de Viena dejó de existir como tal.
Esto no
significa que su influencia decayera. Muy al contrario. La emigración de varios
de sus miembros a los Estados Unidos y a otros países, prestigiados por la
aureola de perseguidos por el nazismo, permitió una rápida internacionalización
de sus teorías, principalmente en los países y universidades anglosajones. Ello
dio lugar, si se quiere, a una segunda fase del empirismo lógico. Aquí
adoptaremos el criterio de distinguir estas dos etapas, tanto por motivos
históricos como por las diferencias entre las posturas del Círculo de Viena
propiamente dicho y de lo que más tarde se ha venido en llamar Concepción Heredada.
Para leer los
principales escritos de los miembros del Círculo de Viena hay que remitirse a
las publicaciones ya señaladas: Erkenntnis, Journal of Unified Science,
International Enciclopedy for the Unified Science. En lengua castellana la
recopilación más accesible es, sin duda, la de Ayer[3][3] aunque también Kraft[4][4] y Weinberg[5][5] escribieron obras expositivas accesibles
sobre las tesis y la evolución del Círculo. También hay traducidas varias obras
de Carnap, así como algunas de Reichenbach y de Brigdman.
Entre los
estudios sobre el positivismo lógico que no son traducciones, conviene consultar
el ensayo de Pascual Casañ Muñoz titulado
Corrientes actuales de filosofía de la ciencia: I. Positivismo lógico,
aparecido en 1984.
2. La ciencia unificada
El proyecto
institucional -y también teórico- común a casi todos los miembros del Círculo
de Viena es la elaboración de la Enciclopedia para la Ciencia Unificada. Dentro de la tradición de Mach, Avenarius, etc., sus posturas son
netamente contrarias a la metafísica, y muy particularmente a las tendencias
como las de Hegel o Heidegger. Carnap escribió el célebre artículo «La
superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje»[6][6], afirmando que «en el campo de la metafísica,
el análisis lógico ha conducido al resultado negativo de que las pretendidas
proposiciones de dicho campo carecen totalmente de sentido[7][7]». Los textos metafísicos clásicos están
constituidos por pseudoproposiciones, totalmente estériles desde el
punto de vista del conocimiento científico. Según Carnap, en esas obras se
encuentran dos tipos de pseudoproposiciones: unas porque contienen palabras a
las que con criterio erróneo se supone un significado, y otras que están mal
construidas sintácticamente. Lo que luego ha llamado Hempel criterio empirista de significado, así
como la inadecuación de la forma de las proposiciones filosóficas a las
prescripciones de la lógica matemática, permitieron al positivismo lógico
aplicar radicalmente la navaja de Ockham, descartando del pensamiento
científico numerosos conceptos y trabajos llevados a cabo por la filosofía especulativa.
El proyecto
del Circulo estriba en conformar una filosofía
científica. Las matemáticas (y la lógica), así como la física, son los dos
grandes modelos a los que debe tender toda forma de discurso científico. El
programa positivista de Comte en el siglo XIX debía ser culminado, convirtiendo
la biología, la psicología y la sociología en ciencias positivas. En la
convocatoria de la
Preconferencia de Praga, en 1934, cuyo objeto era preparar el
Primer Congreso Internacional sobre Ciencia Unificada, este objetivo se señala
como general para todas, las ciencias:
Hay que tratar sobre los fundamentos lógicos
de todos los ámbitos científicos, y no sólo de la matemática y de la fisica.[8][8]
El tema del
que iba a ocuparse inicialmente era «Filosofia científica», pero se modificó:
«Congreso para la Unidad
de las Ciencias». Se convocaba a científicos de diversas disciplinas para
reflexionar sobre la unidad de la ciencia y sobre la manera de lograrla: los
problemas lógico-sintácticos, los de la inducción y la probabilidad, las
aplicaciones de la Lógica
a otras disciplinas, la sociología científica y la historia de la ciencia eran
señalados expresamente como ámbitos de trabajo del Congreso.
Pero, de
hecho, la historia de la ciencia fue muy poco investigada por el Círculo de
Viena, que abundó, en cambio, en trabajos sobre biología, psicología y
semiótica, entendidas desde un punto de vista conductista.
Entre las
distintas tendencias existentes dentro del Círculo en relación con dicha
unificación de la ciencia, acabó imponiéndose el fisicalismo, formulado por Otto Neurath, y acceptado finalmente por
Carnap, cuyo estricto empirismo e inductivismo le había acercado en un
principio al solipsismo. El fisicalismo se interesa por los enunciados observacionales, que serían
la la base de cada una de las ciencias positivas. Al comparar la forma lógica
de dichos enunciados (por ejemplo, Karl
observa y la máquina fotográfica saca fotos) se comprueba que es la misma:
la unificación de la ciencia debe llevarse a cabo reduciendo todas las
proposiciones observacionales a lenguaje fisicalista, con lo cual se mostraría
que existe un núcleo común a todas las ciencias positivas. La reducción a
lenguaje fisicalista es, pues, el medio de llevar a cabo el programa para la
unificación de la ciencia, y para ello hay que partir siempre de enunciados
empíricos, y preferentemente observacionales.
3. El Lenguaje fisicalista
Carnap
defendió en un primer momento la reducción de los conceptos sociales,
culturales e históricos a los conceptos del psiquismo propio, mediante
reducciones sucesivas: tanto los conceptos ajenos como los propios debían ser
reducidos primero a conceptos físicos, y luego a conceptos psíquicos propios.
Los fenómenos del psiquismo individual, en la medida en que traducen hechos
físicos, fundamentarían desde el punto de vista epistemológico la reducción del
conocimiento de las distintas ciencias a una misma ciencia unificada. Pero esta
posición fenomenalista de Carnap encontró oposición, por no garantizar
suficientemente la intersubjetividad del conocimiento científico. De ahí que el
fisicalismo, que se basaba directamente en proposiciones expresadas en lenguaje
observacional, y con la misma forma lógica para todas las ciencias empíricas,
acabara imponiéndose. Tal y como afirma el propio Carnap en 1932,
el lenguaje fisicalista es un lenguaje
universal, esto es, un lenguaje al cual puede traducirse cualquier proposición[9][9].
Dicho lenguaje
fisicalista tiene como elemento característico y constitutivo las proposiciones protocolares, las cuales
fueron estudiadas por Otto Neurath en su conocido artículo titulado,
precisamente, «Proposiciones protocolares».[10][10]
Según Neurath,
la ciencia unificada consta de proposiciones protocolares y de proposiciones no
protocolares; en todo caso, unas y otras son proposiciones fácticas. Las
primeras no son las proposiciones primarias (por ejemplo, para el sujeto
individual), como a veces tendió a pensar Carnap, sino que son discernibles por
su forma lingüística:
Por ejemplo, una proposición protocolar
completa podría decir:
«Protocolo de Otto a las 3.17: {la forma lingüística
del pensamiento de Otto a las 3.16 era: (a las 3.15 había en el cuarto una mesa
percibida por Otto)}.»[11][11]
Todavía
estamos, sin embargo, en un lenguaje fisicalista trivial. El lenguaje
fisicalista altamente científico, que estaría completamente depurado de
elementos metafísicos, exigiría que cada uno de los términos presentes en dicha
proposición (por ejemplo, 'Otto') fuese sustituido por un sistema de
determinaciones fisicalistas, por ejemplo definiendo la posición del nombre
'Otto' en relación a otros nombres propios: 'Carlos', 'Enrique', etc. Pero en
una proposición protocolar del lenguaje fisicalista trivial, es esencial que
aparezca algún nombre propio, con lo cual se trata de conservar el, carácter
observacional de dicha proposición.
Las leyes
científicas y, en general, los enunciados utilizados por los científicos,
surgirían a partir de las proposiciones protocolares por vía inductiva. Esta es
otra de las características principales, desde el punto de vista metodológico,
del Círculo de Viena, así como de la
Escuela de Berlín: las ciencias empíricas están basadas en la
inducción. Por supuesto, las proposiciones protocolares no pueden
contradecirse; Neurath precisa que, en estos casos, también es posible eliminar
proposiciones protocolares, por su forma, del sistema científico. En este
sentido, las proposiciones protocolares requieren verificación, y están regidas
por el criterio empirista de significado.
4. El criterio empirista de significado
El Círculo de Viena
distinguió la ciencia de la metafísica basándose en un criterio epistemológico
de significatividad cognoscitiva. Entre la multiplicidad de enunciados
posibles, hay dos tipos propiamente científicos: las proposiciones analíticas o
no contradictorias y las que. pueden ser confirmadas por la experiencia. Las
primeras recogen los enunciados de las matemáticas, de la lógica y, en general,
de las ciencias formales. El positivismo lógico considera todas estas ciencias
no empíricas o, si se quiere, estrictamente sintácticas. En cuanto a las
ciencias que poseen un contenido empírico, todos y cada uno de sus enunciados
han de ser confirmables, al menos en principio, por la experiencia.La verificabilidad
pasa a ser, por tanto, el criterio para distinguir la ciencia de otros tipos de
saber. Pero, a su vez, este criterio de significación empírica ha sufrido
algunas modificaciones. Tal y como afirma Hempel en su artículo «Problemas y
cambios en el criterio empirista de significado», el Círculo de Viena exigía al
principio que dicha verificación fuese completa y por medio de la observación:
Una oración S tiene significado empírico si y sólo si
es posible indicar un conjunto finito de oraciones de observación 01,
02, ... , On, tales que, si son verdaderas, S es
necesariamente verdadera también.[12][12]
Al depender dicho
criterio de las propiedades del condicional lógico, hubo que matizarlo, dado
que toda proposición analítica sería inferible a partir de un conjunto finito
de oraciones cualesquiera; y asimismo oraciones observacionales contradictorias
entre sí nos permitirían inferir correctamente cualquier proposición, que de
esta manera tendría significación empírica. Para evitar estas consecuencias
inadecuadas de la primera formulación del criterio, hubo que excluir de la
significatividad empírica los enunciados analíticos, así como exigir que el
conjunto de proposiciones observacionales On
fuese consistente. Esto produjo dos
consecuencias importantes: por una parte, las ciencias formales quedaron
radicalmente escindidas de lo que Carnap llamó Ciencias reales (Realwissenschaften),
y, por otra, las ciencias empíricas debían satisfacer determinados requisitos
lógicos en sus inferencias, y en particular debían adaptarse a las formalizaciones
derivadas de la lógica. Matemática entonces vigente. El modelo de una ciencia
será aquel que ha podido ser axiomatizado, total o parcialmente, y que funciona
en su razonamiento en virtud de reglas de derivación adaptadas a los preceptos
de la metalógica.
Pero, aun así,
el criterio de significación empírica seguía presentando problemas. El
principal de ellos estribaba en que los enunciados universales en general, y
más concretamente las leyes científicas, quedaban excluidos del edificio de la
ciencia. Un enunciado del tipo «todos los cisnes son blancos» no puede ser
inferido necesariamente a partir de un número finito de observaciones. Surge
aquí el llamado problema de la inducción,
ya señalado por Hume, pero que en el siglo XX va a ser ampliamente discutido a
partir de las argumentaciones de Popper. Aparte de
otros problemas ligados a las peculiaridades de la tabla de valores de verdad
del condicional lógico, Hempel señaló una nueva dificultad: de acuerdo con el
criterio empirista de significado, una oración existencial («existe un cisne
blanco») es plenamente verificable desde el punto de vista observacional, pero
su negación no, por ser universal: ello plantea una importante dificultad
lógica, pues algunos enunciados serían admisibles mientras que su negación no,
siendo así que, desde tiempos de Aristóteles, está plenamente admitido que si
un enunciado pertenece a un determinado dominio científico, su negación también
tiene sentido en él, independientemente de que sea verdadera o no.
El debate que
surgió en torno a estas cuestiones fue muy amplio, y no se trata aquí de
desarrollarlo[13][13]. Hempel, por ejemplo, consideró que
«mientras nos esforcemos por establecer un criterio de verificabilidad para las
oraciones individuales de un lenguaje natural, en términos de sus relaciones
lógicas con las oraciones observacionales, el resultado será demasiado
restrictivo o demasiado amplio, o ambas cosas»[14][14]. Algunos autores, como Carnap,
intentaron resolver la cuestión tratando a fondo el problema de la inducción y,
en particular, la lógica probabilitaria[15][15]. Otros prefirieron distinguir en la
estructura de una teoría aspectos distintos de los estrictamente lógicos,
suscitando la cuestión de los términos teóricos, los términos observacionales y
las reglas de correspondencia. Sobre todo la crítica de Popper a la
verificabilidad como criterio de significación empírica tuvo un impacto enorme,
haciendo que estas posturas iniciales del Circulo de Viena fueran consideradas
como un empirismo excesivamente ingenuo. Veremos todas estas cuestiones más
adelante.
5. Verificación
Las
expresiones y fórmulas de la lógica y de las matemáticas no ha de verificarse,
por ser analíticas. Pero el resto de los enunciados científicos ha de ser
comprobable en la realidad, y a poder ser por observación. Wingenstein
estableció en el Tractatus una
dependencia lógica entre los enunciados científicos y las proposiciones
elementales (cuyo equivalente en el Círculo de Viena son las protocolares): ‘La proposición es una función de verdad de
la proposición elemental.' Pero este
criterio se reveló excesivamente estricto: no es posible inferir los enunciados
generales a partir de los atómicos. Y desde el punto de vista de la metodología
de la ciencia, las leyes científicas, que son proposiciones cuantificadas
universalmente, constituyen componentes fundamentales en una teoría científica. El Círculo de Viena
osciló entre la verificación y la simple confirmación de dichos enunciados. En
su primera época, aún creía en la posibilidad de una verificación concluyente
de los enunciados científicos, a partir de las proposiciones elementales. Pero
posteriormente fue derivando hacia tesis menos estrictas, aun afirmando, como
sucede con Schlick[16][16], que el último paso de verificación ha
de consistir en observaciones o en percepciones de los sentidos.
Los enunciados
generales, las leyes científicas y, muy en Particular las teorías, no pueden
ser verificadas directamente, confrontándolas con la empiria. Lo que sí puede
hacerse es extraer las consecuencias lógicas concretas de una ley o de una
teoría y comprobar que, efectivamente, la experiencia ratifica dichos
resultados. Este procedimiento de verificación, que en realidad nunca es total
respecto de la ley o de la teoría, ya que siempre hay otras consecuencias que
todavía no han sido verificadas, reviste particular importancia en el caso de
las predicciones. Para el Círculo de Viena, y posteriormente para otros muchos
filósofos de la ciencia, lo esencial del saber científico es su capacidad de
predecir exactamente fenómenos fisiconaturales. Al ser verificada la corrección
de una determinada predicción, las teorías y las leyes, si no verificadas,
quedan al menos confirmadas, aunque sea parcialmente. El astrónomo Leverrier,
por ejemplo, predijo la existencia de un octavo planeta en el sistema solar,
Neptuno, como una consecuencia que se derivaba lógicamente de la mecánica
newtoniana. Años después, el 23 de septiembre de 1846, otro astrónomo, J. G.
Galle, comprobó por observación que, efectivamente, el planeta predicho
existía. Y otro tanto sucedió ulteriormente con Plutón. Para el empirismo
lógico, estos logros son paradigmáticos de lo que debería ser la metodología
científica. No puede decirse que la teoría haya quedado totalmente verificada,
pero sí tiene lugar una confirmación objetiva de dicha teoría.
Consecuentemente, una determinada ley universal, o teoría, ha de reducirse por
la vía de la inferencia lógica a sus consecuencias empíricas concretas y
determinadas: una vez llevada a cabo esta labor, propiamente deductiva (y común
a las ciencias formales), tiene lugar lo más propio de las ciencias empíricas:
la confrontación de dichas predicciones con la experiencia, que puede confirmar
o no lo previsto. La veríficabilidad experimental de sus predicciones
caracterizaría a la ciencia frente a otros tipos de saber humano.
Verificar, al
decir de Kraft,[17][17] es «comprobar la conformidad de un hecho
predicho con uno observado». Una teoría científica posee contenido empírico
porque es capaz de predecir hechos concretos y perceptibles; es aceptable en la
medida en que sus predicciones hayan sido confirmadas empíricamente.
Ahora bien,
estudios ulteriores han mostrado que los procedimientos de verificación no son
metodológicamente tan inocuos como se supuso en el Círculo de Viena. Sucede con
frecuencia, por ejemplo, que los aparatos de observación y de medición
presupongan por su propia construcción algunas otras teorías científicas, e
incluso la teoría misma que se trata de verificar, con lo cual se incurriría en
cierto círculo vicioso, desde el punto de vista metodológico, en los procesos
de verificación empírica. Los términos teóricos (por ejemplo, masa, electrón,
etc.) sólo son traducibles a términos directamente observacionales por medio de
una serie de artilugios científicos que genéricamente suelen denominarse reglas
de correspondencia. Posteriormente habremos de ocuparnos de esta cuestión, que
desborda el marco epistemológico del Círculo de Viena, pero que supuso una
fuerte objeción a sus postulados observacionales como criterios de verificación
empírica.
Aunque basándose en
otras argumentaciones, ya en el propio Círculo de Viena surgieron objeciones al
criterio wittgensteiniano de
verificación concluyente (por derivación lógica a partir de proposiciones elementales)
e incluso contra la propia noción de verificación. Neurath y Hempel, por
ejemplo, afirmaron que las proposiciones sólo pueden ser confrontadas con otras
proposiciones y no con hechos: de ahí su insistencia en la delimitación de los
enunciados protocolares como base empírica de una determinada teoría.
La cuestión de la
verificación y la confirmación, por otra parte, está ligada a un tema
fundamental para la filosofía de la lógica: la teoría de la verdad. La
concepción clásica de la verdad, presente ya en Parménides, pero formulada de
manera explícita por Aristóteles, la conceptuaba como una adecuación entre el
decir y el ser: decir las cosas como son era sinónimo de discurso verdadero. El
empirismo lógico renunció a la categoría de ser, así como a la de cosa, por
metafísicas, sustituyéndolas por la de hechos; pero desde el punto de vista de
la concepción de la verdad, siguió adherido al criterio clásico de la adequatio o correspondencia entre
proposiciones y hechos. Los enunciados científicos pueden ser verificados en la
medida en que se correspondan a los hechos observados o, si se prefiere, las
observaciones empíricas han de concordar con las predicciones realizadas por
los científicos. El criterio de verificación sufrió, por tanto, nuevos embates
desde los defensores de otro tipo de teorías sobre la verdad científica, como
la teoría de la coherencia o la concepción pragmatista de la verdad. Todo lo
cual dio lugar a diversas modificaciones de dicha noción de verificación.
Una de las
distinciones que, en etapas ulteriores, fue generalmente aceptada por los
miembros del Círculo es la que diferencia verificación y verificabilidad. Una
proposición es verificable cuando, al menos en principio, es posible llevar a
cabo experimentos y observaciones empíricas concordes con lo dicho en la
proposición. En cada momento, no todas las proposiciones empíricas han sido
efectivamente verificadas, pero sí lo han sido algunas, y las demás son
verificables en principio. Esta corrección, muy importante, matizaba el criterio
de cientificidad inicial.
Schlick habló
de una comprobabilidad en principio,
mientras que Carnap prefería el término de verificabilidad
en principio[18][18]. Asimismo Ayer introdujo otro matiz,
al distinguir entre verificabilidad en
sentido fuerte, cuando una proposición puede quedar establecida
concluyentemente por medio de la experiencia, y verificabilidad en sentido débil, cuando la experiencia sólo
permite determinar que esa proposición es probable en un grado lo
suficientemente elevado. Surge así un nuevo concepto de verificación, cuyos
orígenes están en Reichenbach y en el propio Carnap: el probabilístico, ligado
a las investigaciones que se llevaron a cabo en esa época sobre lógica
inductiva y lógica probabilitaria.
6. Inducción y probabilidad
Tal y como ha
mostrado Rivadulla,[19][19] las tesis de Carnap fueron
evolucionando, desde sus posiciones verificacionistas iniciales hacia una
afirmación de la confirmación progresiva, e incluso de un grado de confirmación
de los enunciados empíricos. En 1936 ya admitía la confirmabilidad como
criterio, y a partir de 1949 va a desarrollar su teoría del grado de
confirmación, que enlazará, el empirismo inicial del Círculo de Viena con la
lógica probabilitaria.La
confirmación de un enunciado, según Carnap, es estrictamente lógica: los datos
observacionales han de ser confrontados lógicamente con las consecuencias que
se derivan de una determinada ley o teoría. Si en un momento dado disponemos de
una serie de datos, oi,
obtenidos por observación, y de una serie de hipótesis explicativas de esos
datos, hj, hemos de
determinar la probabilidad de cada una de las hipótesis hj con respecto a las observaciones con que se cuenta en
un momento dado. La comparación entre las probabilidades respectivas, que
definen el grado de confirmación de cada hipótesis, nos permite elegir como
hipótesis confirmada aquella que, para unos determinados datos observados,
posee mayor grado de probabilidad.
Surge así el
concepto de grado de confirmación de un enunciado científico, que conlleva la
previa cuantificación de la noción de confirmación: lo cual es posible apelando
a la teoría de la probabilidad. Una hipótesis posee una probabilidad inductiva,
que va aumentando o disminuyendo según las nuevas observaciones confirmen o no
dicha hipótesis. El valor de una hipótesis va ligado al mayor o menor número de
datos empíricos conformes a dicha hipótesis. Consiguientemente, el científico
admite unas u otras hipótesis en función del aumento de su grado de
confirmación. Hay una lógica inductiva, de base netamente probabilista,
subyacente a las teorías empíricas. Lejos ya del criterio wittgensteiniano de la verificación concluyente, por vía deductiva
a partir de unas proposiciones elementales cuya verdad ha sido sólidamente
establecida por la vía de la observación, en los últimos desarrollos del
Círculo de Viena se acaba apelando a una lógica inductiva, que a su vez Carnap
intentó axiomatizar en forma de cálculo lógico. En la obra ya mencionada de
Rivadulla pueden seguirse las sucesivas tentativas de Carnap en este sentido.
En cualquier caso,
el empirismo lógico acabó confluyendo en una afirmación de la inducción como el
método principal de las ciencias empíricas. La lógica inductiva permitiría
fundamentar el criterio de significación empírica, inicialmente basado en la
verificabilidad observacional, y finalmente en el grado probabilístico de
confirmación de una determinada hipótesis. Entretanto, y desde otras posturas,
se hacían críticas de principio a las tesis del Círculo de Viena y de sus
epígonos. Así sucedió, en particular, con Popper, quien va a orientar la
metodología científica en un sentido muy distinto.
[2][2] B. Russell, La
filosofía del atomismo lógico, p. 278 del volumen Lógica y conocimiento, traducción de J. Muguerza.
[9][9] R. Carnap, «Psicología en lenguaje fisicalista», en
A. J. Ayer, El positivismo lógico, p.
171.
[13][13] Véase por ejemplo A. Rivadulla, Filosofía actual de la ciencia (Madrid, Editora Nacional, 1984),
donde se estudian detalladamente estas cuestiones.
La filosofía del Círculo de Viena aboga por una concepción científica del mundo, defendiendo el empirismo de David Hume, John Locke y Ernst Mach, el método de la inducción, la búsqueda de la unificación del lenguaje de la ciencia y la refutación de la metafísica. Esta filosofía es una forma de empirismo y una forma de positivismo conocida con los nombres de positivismo lógico, neopositivismo, empirismo lógico o neo empirismo, aunque los miembros del Círculo de Viena preferían llamarlo empirismo consecuente. Para más información con respecto a la filosofía del Círculo de Viena véase Positivismo lógico.
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