LA CIENCIA MODERNA Y SU FILOSOFÍA ( 3 personas )
LA CIENCIA MODERNA Y SU FILOSOFÍA
En Richards, Stewart (1987): Filosofía y
Sociología de la Ciencia. México: Siglo XXI. Pp. 87-107.
Hemos visto que el
modelo hipotético-deductivo, derivado en época reciente del trabajo de Karl
Popper de mayor influencia, es la filosofía de la ciencia moderna. Según este
punto de vista no hay lógica de descubrimiento en el método científico ni
importancia filosófica que pueda atribuirse a las circunstancias en las que se
formula una hipótesis. El acto de creación es considerado inevitablemente
oscuro, aunque no se considera que la oscuridad de los orígenes de una
declaración científica afecte su estatus de “verdadera". El papel de los
filósofos de la ciencia convencionales es pues considerado como un análisis de
la lógica de la justificación. En este contexto, el criterio de demarcación
entre ciencia y no-ciencia se entiende como lo comprobables (o más
estrictamente, según términos popperianos, lo falsables) que son las hipótesis.
En el modelo idealizado, una hipótesis es comprobable en una forma simple y
universal. Se la confirma (aunque nunca se la verifica en el sentido deductivo)
cada vez que sus implicaciones se ajustan a observaciones nuevas y variadas, o
se las refuta mediante un simple ejemplo de desajuste. Aunque la búsqueda de
las pruebas finales es fútil porque encontrarlas es lógicamente imposible, la
"verdad" de una hipótesis tiende a ser juzgada en términos de su
aproximación al modelo deductivo idealizado -aquél en el que la inferencia
surge de las necesidades de las premisas-, de cuán efectivamente explica los
datos conocidos, y cómo logra predecir con éxito los datos aún desconocidos.
Por la misma razón, una inferencia que se obtiene inductivamente sólo puede ser
más o menos probable, y por lo tanto la fuerza explicativa de la hipótesis
usualmente es más débil.
Este tipo de
diferencia -tan simplificada como se presenta- entre las inferencias deductiva
e inductiva forma una base parcial para el tradicional arreglo jerárquico de
las ciencias en términos de la generalidad de sus temas. De acuerdo con este
punto de vista, la física ocupa la posición más elevada en razón de que su tema
es universal, ya que las propiedades físicas son fundamentales en todas las
cosas. La química es en cierta forma menos amplia en alcance, porque si bien
todas las cosas tienen propiedades químicas, usualmente se considera posible
reducirlas a las aún más básicas propiedades físicas. Hay un continuo en
química que va de las ramas dedicadas sólo a los sistemas no vivientes hacia aquellos
dedicados a la química de los procesos de vida. Así, las ciencias biológicas
son aún menos amplias, ya que se ocupan solamente de los cuerpos vivos. Ellas
también se desvanecen gradualmente en las ciencias sociales o del
comportamiento por mediación de la psicología, hasta que tratándose de una
ciencia como la sociología el alcance es significativamente limitado, ya que
concierne sólo a una pequeña fracción del mundo, o sea las sociedades humanas.
Aunque la reducción
de la química a la física provoca poca indignación, hay una controversia
continua, y aún no resuelta, sobre si es permisible reducir los fenómenos de la
sociología a los de la psicología, los de la psicología a los de la biología, y
finalmente los de la biología a los fenómenos físico-químicos (véase más
adelante). Sin embargo, la tendencia a hacer esto es probablemente más común
actualmente que en cualquier época del pasado. Durante muchos siglos la
explicación ortodoxa de los fenómenos naturales era la teleológica (es decir,
determinista) que describía los acontecimientos presentes en términos de fines
futuros y "más elevados". Así, la caída de la manzana era el
resultado de la atracción mutua entre la tierra y el elemento terrenal de la
manzana; este último debía esforzarse por alcanzar su lugar natural. A partir
del siglo xvii, los acontecimientos que se han ido presentando han sido
explicados cada vez más como resultado de la influencia causal de
acontecimientos del pasado, y esto ha dado impulso a la actitud reduccionista
en la ciencia, que es opuesta por completo a la que prevalecía en la época
medieval. La situación provoca problemas filosóficos enormes y de gran alcance,
no siendo el menor de ellos el que mientras que ahora decimos que la causa de
la caída de la manzana se debe a la gravitación universal, somos incapaces de
comprender algo más sobre la verdadera naturaleza de esta fuerza de lo que
Newton mismo comprendía. (Ciertamente, en la teoría de la relatividad de
Einstein, la teoría gravitacional no está considerada en ninguna forma como una
fuerza.)
Para muchos
científicos y filósofos, parece que hay una falta de claridad y de certidumbre
en el corazón mismo de la ciencia. Éste es un problema muy familiar a los
filósofos, pero ha sido casi universalmente ignorado por los científicos
practicantes. El problema consiste en que las entidades fundamentales en
nuestra experiencia del mundo parecen imposibles de analizar o definir con
exactitud, de manera que en este nivel hay inevitablemente confusión y
desacuerdo sobre lo más básico de nuestros datos conceptuales. Mientras este
siga siendo el caso, será difícil, por no decir imposible, encontrar versiones
únicas para conceptos primarios tales como gravedad, aceleración o masa, esto
es, versiones que reciban el asentimiento de todos. Aun la idea misma de causa
-que está profundamente sumergida en la historia intelectual, en la experiencia
humana de la relación con el mundo y en la explicación mecanicista del
universo- es ahora un foco de debate filosófico sutil y ambiguo interminable.
LOS FUNDAMENTOS DE
LA FÍSICA MODERNA
Los problemas
han sido especialmente agudos en las áreas de la física relacionadas con la
naturaleza del mundo material. En la búsqueda de la comprensión de los
misteriosos fenómenos revelados durante el siglo XX, los físicos se han sentido
cada vez más obligados a extender sus intereses más allá de los límites de la
física, dentro de campos que tradicionalmente han sido dominio de la filosofía.
Al mismo tiempo los filósofos se han visto obligados a considerar los revolucionarios
descubrimientos de la física como una parte importante de la información
primaria de la filosofía. Hasta ahora estas tendencias no han dado ningún
indicio de una síntesis universal aceptable para todos, pero al menos han
asegurado que las tradicionales cuestiones de la naturaleza del mundo físico,
del significado y la condición de la vida, tienen que considerarse bajo la luz
de nuevas evidencias.
Desde el
Renacimiento hasta, finales del siglo XIX los acontecimientos del mundo se
consideraron cada vez más como las consecuencias predecibles de eventos
precedentes, siendo estos últimos derivables de fundamentos claros y simples.
Esta convicción era reflejo de la imagen simplista y por supuesto muy popular
del mundo, según la cual éste consistía en pedazos sólidos de una materia
homogénea que con una organización apropiada podrían ser parte de máquinas. Sus
entidades básicas no estaban muy alejadas de los datos de la experiencia
cotidiana. Esta materia estaba pues constituida por átomos parecidos a bolas de
billar, la masa se asemejaba al concepto familiar del peso, y la idea de fuerza
se visualizaba mediante analogías tales como la tensión desarrollada en los
músculos.
Hacia
principios del siglo XX, esta imagen se venía abajo en sus mismos cimientos. La
búsqueda cada vez más tenaz que hacían los físicos de las propiedades
fundamentales de la materia reveló entidades y conceptos bastante diferentes de
los del mundo familiar. Algunos de éstos, como la aparentemente interminable
serie de "partículas" elementales, o las llamadas ondas de
probabilidad, parecían como algo natural, mientras que otras, como la
relatividad del tiempo y del espacio, se notaban extrañas y antinaturales. La
materia misma era indistinguible de la energía, el electrón no era una cosa
cargada con electricidad negativa, sino que se le concebía más bien como una
carga negativa que se cargaba, por así decirlo, a sí misma.
Muy lejos ya
de la confiada creencia del siglo XIX de que la marcha triunfal de la ciencia
iba a ser de algún modo la expresión final del espíritu humano, hemos alcanzado
ahora una nueva condición de duda e incertidumbre, una condición en la que lo
único que parece ser cierto es que nuestra comprensión del universo, y nuestro
sitio en él, son necesariamente limitados. Particularmente las teorías de la
física moderna, acopladas con el crecimiento del relativismo y la recesión de
la "objetividad" en la filosofía de la ciencia, han dejado la
impresión de que el mundo que con tanto éxito descubrió la ciencia, no es el
mundo real. Claro está que la ciencia puede decirnos mucho sobre el mundo, pero
aparentemente no puede proporcionarnos toda la verdad.
Uno de los
descubrimientos más atractivos, y con un impacto particularmente desconcertante
en nuestra concepción global de lo que el mundo "realmente" es, fue
el principio de incertidumbre planteado por Werner Heisenberg en 1929. Este
principio expresa las limitaciones de los conceptos de la física clásica en una
forma matemática precisa. En el más diminuto mundo de las partículas
elementales parece ser que los eventos no siempre siguen la experiencia causal
estricta de nuestra experiencia normal, o la de las leyes físicas tal como son
aplicadas en el mundo macroscópico. Por supuesto, el comportamiento de las
partículas de ninguna manera es caótico, y sin embargo un aparente grado
interior de indeterminación en el nivel más básico de funcionamiento del mundo,
es un hallazgo inmensamente radical. Significa, por ejemplo, que es imposible
medir exactamente tanto la velocidad como la posición de una partícula
fundamental, o asegurar si las partículas han retenido o no sus características
originales después de chocar. Esto quiere decir que hay incertidumbre tanto de
destino como de identidad. Es extraordinario que en el nivel básico de la
física, la ciencia arquetípica, dura o exacta, el resultado de los
acontecimientos no pueda, después de todo, predecirse de acuerdo con el modelo
deductivo, sino que pueda especificarse únicamente en términos probabilísticos
usualmente asociados con disciplinas menos precisas. Aún más, parece ser que en
las mismas matemáticas, consideradas durante miles de años en la tradición
occidental como el mayor modelo de inteligibilidad y racionalismo, es
imposible, también dentro de la naturaleza de las cosas, alcanzar nunca una
finalidad de comprensión. Así el teorema de la incompletitud (1931) de Kurt
Gödel demostró que ningún grupo de relaciones lógicas puede establecerse sin
que implique la existencia de otras nuevas relaciones con las que el mismo
grupo no puede enfrentarse. Hasta un sistema deductivo puro queda entonces
inherentemente incompleto y sin posibilidad de completarse.
La importancia
filosófica de estos hallazgos se refleja en la enorme cantidad de literatura
que han generado. Mientras que todavía no puede decirse que hay unanimidad de
interpretación (se han propuesto versiones "no-subjetivas" de la
física moderna -especialmente por Paul Forman- y, claro está, han sido
criticadas), no existe duda en que el impacto ha sido profundo en nuestra
percepción del mundo y de la naturaleza de la verdad científica. ¿Es el
problema meramente de metodología? ¿Nos permitirán los avances posteriores de
la ciencia ocasionalmente recobrar un esquema más determinista de causalidad?
¿0 realmente existe para el hombre un límite en el conocimiento científico del
mundo? Si, como muchos filósofos y científicos creen, es este último el caso,
estos descubrimientos tan fundamentales pueden mostrarnos sólo la vaguedad de
la tradicional dicotomía occidental entre lo objetivo y lo subjetivo, lo
público y lo privado. Si al estudiar la naturaleza, la ciencia inevitablemente
afecta la esencia de aquello que estudia, debe ser porque la ciencia después de
todo sólo puede darnos la apariencia del mundo y no su realidad. Pareciera que nuestra
situación no es mejor que la de los prisioneros en la Alegoría de la caverna de
Platón. Estamos, por así decirlo, encadenados y en una posición tal que sólo
podemos ver las sombras de acontecimientos reales que ocurren en el mundo
externo a nuestra caverna. Podemos estudiar esas sombras con gran exactitud,
pero no tenemos conocimiento directo de la realidad que hay tras de esas
sombras. El mismo Heisenberg lo expresó así:
[ ... ] ya no podemos considerar "por sí
mismas" esas piedras constructoras de materia que originalmente parecían
ser la última realidad objetiva. Esto es así porque desafían todas las formas
de ubicación objetiva en el espacio y en el tiempo, y porque básicamente es
siempre sólo nuestro conocimiento de estas partículas lo que podemos hacer el
objeto de la ciencia. En esta forma la finalidad de la investigación ya no es
entender a los átomos y su movimiento "en sí mismos" Desde el momento
de empezar, nos encontramos involucrados en la disputa entre la naturaleza y el
hombre, en la que la ciencia sólo desempeña una parte, de manera que la común
división del mundo en sujeto y objeto, mundo interior y mundo exterior, cuerpo
y alma, ya no es adecuada y nos conduce a dificultades. En esta forma, aun en
la ciencia el objeto de investigación ya no es la naturaleza en sí misma, sino
la investigación que el hombre hace de la naturaleza. Nuevamente aquí, el
hombre se confronta sólo consigo mismo.
Estamos lejos
del siglo XVII, cuando Galileo podía decir con confianza total: “Las conclusiones de la ciencia natural son
verdaderas y necesarias, y el juicio del hombre no tiene nada que ver con
ellas." De hecho hemos llegado tan lejos que hemos alcanzado el punto en
que los intereses de la ciencia coinciden con lo que es quizá la mayor interrogante
de toda la filosofía: el problema del conocimiento en sí mismo. ¿Qué es lo que
podemos realmente conocer? Finalmente, según se hace evidente para muchos
pensadores modernos, la ciencia no puede estudiar la naturaleza---ensí
misma", sino únicamente hacer investigaciones humanas de la naturaleza, lo
que, incidentalmente, implica una buena parte de las preferencias filosóficas y
de los prejuicios que los individuos seguramente involucrarán en este estudio
(véase el capítulo 6). No podemos examinar el comportamiento de las partículas
elementales, sino únicamente nuestro conocimiento de este comportamiento, y es
en este sentido como Heisenberg concluye que “el hombre se confronta sólo
consigo mismo". Podemos terminar este breve comentario sobre un tema tan
enorme con un excelente (aunque, claro, muy polémico) pasaje citado por
Heisenberg de su compañero físico Arthur Eddington (1882-1944).
Hemos
encontrado que aunque la ciencia ha progresado demasiado, la mente apenas ha
recuperado de la naturaleza lo que ella misma ha puesto en la naturaleza. Hemos
hallado unas huellas extrañas en las playas de lo desconocido. Hemos diseñado
profundas teorías, una tras otra, para explicar sus orígenes. Finalmente hemos
logrado reconstruir la criatura que dejó esas huellas. ¡Y he aquí que eran las
nuestras!
LAS IDEAS DE LA
BIOLOGÍA
Esta nueva imagen
del hombre y su percepción de la realidad se ha derivado exclusivamente de las
ciencias físicas y de las matemáticas. El cuadro estaría incompleto sin algunas
consideraciones de la contribución que han hecho las ciencias vitales, en
particular porque para los biólogos es más familiar que para los físicos la
idea de que el azar y la incertidumbre existen como elementos básicos en los
trabajos de la naturaleza. Esto está implícito en la teoría de la evolución
orgánica -el gran principio organizador de la biología- que tuvo su origen más
tempranamente que la mecánica cuántica y la relatividad, y que en muchos
aspectos tiene implicaciones que son igualmente de largo alcance.
El biólogo está
totalmente acostumbrado a los procesos de desarrollo. Encuentra desarrollo
tanto en lo que llama ontogenia como en filogenia -esto es, en el
“progreso" aparente de lo individual a través de su largo y complejo
crecimiento embriológico, así como en los cambios a través del tiempo geológico
que observa en colonias de organismos. De manera que examina las exquisitas
complejidades en el desarrollo del embrión del polluelo, y observa en el fósil
del "caballo" la manera como evoluciona, a través de decenas de
millones de años, de una criatura del tamaño de un perro hasta convertirse en
el moderno Equus. En ambos niveles el cambio puede verse como la realización
progresiva de potencialidades. Y éste es un proceso selectivo porque produce,
de las células indiferenciadas originales del embrión, celulas especializadas
para ejecutar únicamente funciones particulares (musculares, nerviosas, etc.)
en el adulto; y de una población generalizada de antepasados tipo mono, formas
específicas como chimpancés, gorilas y hombres de la época actual.
Nuevamente en
ambos niveles, parece que la información contenida en forma potencial en un
sistema simple alcanza finalmente su realización en sistemas más complejos. Sin
embargo, quizá la distinción más fundamental entre los procesos de embriología
y evolución es que en el primero el desarrollo normal probablemente no incluye
los factores de azar, mientras que en el último las mutaciones casuales son
casi de seguro esenciales en el largo plazo. No existe duda de que, dejando
transcurrir generaciones suficientes, ocurren cambios significativos en
poblaciones viables como resultado de la mera recombinación de las
potencialidades genéticas durante la cruza entre ellas. Se cree que la
selección natural -que el medio ambiente hace de cualquier característica
favorable resultante- asegura que los organismos que la poseen dejen más crías.
Pero sería absurdo creer que el reino animal, en toda su variedad, ha
evolucionado simplemente mediante el cambio y la selección de las
potencialidades hereditarias presentes en la población original de los
organismos unicelulares. La generación "espontánea" de nuevas
potencialidades por mutación proporciona a la evolución esa dimensión extra
frente al desarrollo embriológico que explica la aparición de organismos no
presentes, ni siquiera en forma potencial, cuando los procesos de cambio se
iniciaron (véase infra).
También parece
implicar que en biología estos factores de azar son la base creativa de juicios
de valor que hacemos sobre conceptos tales como "desarrollo" o
"progreso". Aunque una discusión como ésta nos lleva rápidamente
hacia áreas filosóficas de intensa controversia, para no hablar de las modas
cambiantes, sería difícil argumentar que el hombre no es, en alguna forma
crítica, un adelanto sobre sus antecesores monos, o que el pollo no es una
mejoría respecto al huevo. Lo que es más, estos juicios parecen surgir del
sistema biológico mismo más que de cualquier noción externa derivada de la
ética. Si es así, quizás implican el conocimiento de una interpretación más
positiva del significado de las casualidades.o acontecimientos casuales en
sistemas vivientes que la que se encuentra en el mundo subatómico de los
físicos. En el primer caso el azar parece ser la fuente de una organización
"mejorada" y más compleja, en el segundo la perturbación de un
sistema por lo demás determinado con precisión (véase capítulo 7).
EL TODO ORGANIZADO
A pesar de las
interpretaciones contrastantes, estos desarrollos en la física y la biología
llevaron por caminos separados a otro movimiento en la ciencia moderna de
inmenso interés e importancia. Se trata del estudio de la organización per se.
Es quizás extraño que la investigación de las propiedades fundamentales de la
materia pudieran haber ayudado a estimularlo, pero así sucedió en dos formas.
Una fue por medio de las revaluaciones de nuestra comprensión del núcleo
atómico, al que ahora se considera no un cuerpo compuesto de partículas
elementales unidas entre sí por fuerzas de atracción -siendo partículas y
fuerzas unidades separadas- sino más bien como si esas partículas y fuerzas
fueran aspectos diferentes y complementarios de la misma cosa, apareciendo como
separados sólo cuando la organización esencial del núcleo entero se ha
desintegrado. La otra contribución de la física fundamental fue el impacto de
la mecánica cuántica sobre la separación tradicional entre lo que está siendo
observado y el que está haciendo la observación. Si es imposible hacer
observaciones en este nivel sin perturbar los objetos de esa actividad,
entonces lo que de hecho estamos estudiando es la organización constituida por
los dos componentes. Hemos vuelto, de hecho, a la famosa máxima del filósofo
griego Parménides (540 a.C.): "El Todo es Uno.
En el nivel de la
biología el concepto de unidad -o la organización del todo- es muy familiar en
estudios como los de la embriologia. Pero se aplica mucho más ampliamente
porque incluye, como ciertamente lo hace, la idea fundamental de la
interrelación de las partes componentes, tal como se observa en el
funcionamiento normal del cuerpo animal. La estabilidad resultante de la
interrelación en los sistemas fisiológicos se denomina homeostasis. Un ejemplo
simple lo sería el mecanismo de control que regula la temperatura corporal de
un hombre, que ha sido descrito en años recientes en términos derivados, por
analogía, de los sistemas de ingeniería. Aquí encontramos expresiones como
"punto de equilibrio" (setpoint), "termostato" y
"retroalimentación negativa", por las que se comparan los componentes
del cuerpo con componentes mecánicos o electrónicos del sistema de control de
ingeniería. El rasgo esencial es que la estabilidad deseada se alcanza por
medio del trabajo de las diferentes partes actuando como un todo organizado.
Durante el ejercicio, cuando los músculos producen más calor que el normal y
elevan la temperatura del cuerpo, esta información es llevada al cerebro a
través de la corriente sanguínea, de manera que la temperatura del termostato
dé un registro más alto que el del punto de equilibrio. El "error de
carga" resultante asegura que la información apropiada sea ahora
transmitida a los mecanismos electores que organizan el relajamiento de los
vasos sanguíneos periféricos y el sudor. Cuando estos mecanismos han disipado
el exceso de calor y la temperatura ha vuelto a la normalidad, se cierran y
todo el sistema retorna a su estado de reposo.
Este ejemplo
muestra que la organización, en cualquier nivel -desde el de las partículas
subatómicas hasta el de las sociedades humanas-, involucra más que una relación
casual entre las partes constitutivas del sistema. Implica que se mantiene un
estado estable "preferido" en contra de influencias internas o
externas que tiendan a perturbar la estabilidad. Así, la organización opera de
manera autoprotectora como si fuera un todo complejo, mostrando propiedades que
son cualitativamente diferentes de las de sus componentes individuales.
TELEOLOGÍA
El sistema
homeostático que mantiene una temperatura corporal constante también nos ofrece
un modelo en torno al cual podemos discutir brevemente el problema de la
teleología, el cual ha sido de interés para la biología durante siglos. Como ya
hemos visto, las formas teleológicas de expresión se refieren
característicamente a los fines a los que supuestamente tienden las cosas y no
tanto, como en las formas causales, a los acontecimientos originales que las
provocaron. Aunque el concepto aristotélico original ha sido abandonado desde
hace mucho, los sistemas biológicos a menudo parecen teleológicos y los
biólogos hablan habitualmente en términos teleológicos. La pregunta que por lo
tanto debe hacerse es en qué medida los fenómenos de biología son
cualitativamente diferentes de los de las ciencias físicas hasta el punto de
que necesitan modos de expresión diferentes. Un ejemplo simple nos esclarecerá
el problema. A partir del conocimiento de las leyes de los gases, un físico
podría afirmar que elevar la temperatura de un gas causa un aumento de su
volumen. En forma similar, un fisiólogo podría decir que el aumento de la temperatura
de un perro hace que aumente su respiración. Sin embargo, aunque el fisiólogo
podría concluir que la función del aumento de la respiración Gadeo) es oponerse
a la elevación de la temperatura (es decir mantener constante la temperatura
del cuerpo), es poco probable que el físico diga que el mantenimiento del
equilibrio térmico era también la "función" del aumento en el volumen
del gas.
En qué
condiciones es justificable el uso de las formas teleológicas es una cuestión
que no tiene respuestas sencillas y no necesita preocuparnos en ninguna forma.
Muchos filósofos de la ciencia prefieren hacer la declaración "B es una
función de A" como "A es la causa de B", y ciertamente ninguno
sugeriría ahora (como lo hizo Aristóteles) que el lenguaje teleológico sería el
apropiado para describir la forma de actuación del sistema solar. Sin embargo,
en el caso de los organismos vivientes, la terminología teleológica parece ser
para nosotros el futuro previsible. Y entre estos dos extremos hay áreas grises
inevitables.
Un aspecto de
este difícil tema se ilustra con nuestro ejemplo del sistema de control de la
temperatura, porque la mayoría de los rasgos esenciales del sistema fisiológico
pueden ser reproducidos con una analogía física simple, digamos el sistema que
controla la temperatura en una habitación. En este sistema se encuentran dos de
las características más básicas usadas tradicionalmente para distinguir la
organización teleológica de la no-teleológica: las del "estado
preferido" y de la “retroalinientación negativa". Sin embargo, el
sistema que controla la temperatura de una habitación ha sido
"diseñado" y es en su totalidad no-viviente. Su estado preferido es
la temperatura a la que ha sido fijado el termostato y es tarea del sistema como
un todo mantener esta temperatura en la habitación. Esto se logra teniendo
disponibilidad de mecanismos efectores (análogos al escalofrío y a la
sudoración) para calentar o enfriar el aire de la habitación según la dirección
en la que fluctúe su temperatura a partir del estado preferido. La
retroalimentación en este sistema podría ser la temperatura de la habitación
que prevalece en cualquier momento, a la que el termostato compara con la
temperatura preferida; se le llama retroalimentación negativa porque una
desviación del estado preferido desata los mecanismos que tienden a oponerse a
la desviación.
En términos
simples, parece que nuestra habilidad para obtener analogías medianamente
próximas entre sistemas de control fisiológico y físico, le quita una buena
parte de misterio al concepto de la organización teleológica, y satisface a la
mayoría de la gente con la afirmación de que los sistemas de "búsqueda de
finalidad" no tienen necesariamente que referirse a unidades vivientes.
REDUCCIONISMO Y
EMERGENCIA
Nuestra discusión
sobre organización y teleología nos conduce ahora a considerar los problemas
más amplios del reduccionismo. Los procesos vitales nuevamente toman aquí una
posición central porque provocan la pregunta sobre la naturaleza de sus
diferencias con los procesos no vivientes. ¿Qué queremos decir cuando hablamos
de que los organismos vivientes difieren de los objetos inanimados por tener
diferentes tipos o niveles de organización? ¿Pueden los procesos vitales ser
"reducidos" a procesos físico-químicos sin perder los rasgos
esenciales que los hacen vivientes? ¿Tiene alguna forma de apoyo la idea de la
operación de algún principio vitalista que hace de los sistemas vivientes algo
único?
Para empezar,
debemos decir en relación con todas estas preguntas que la discusión central,
ya sea bajo la forma tradicional de "vitalista contra mecanicista” o en la
forma moderna de “organización contra reducción", no ha sido, y
probablemente no pueda ser, resuelta exclusivamente en términos de la evidencia
empírica respecto del mundo. Antes de que examinemos los aspectos esenciales
mínimos, todo lo que es necesario decir sobre la voluminosa literatura respecto
a este tema es que mientras la posición inicial adoptada por los protagonistas
era clara y simple, la situación actual es de enorme complicación. El resultado
de esto parece ser que, mientras que lo apasionado del debate posiblemente no
haya disminuido, los dos bandos están ahora significativamente más cercanos uno
al otro de lo que estuvieron en el pasado, situación de la que dan fe amplia
las intrincadas sutilezas convertidas en rasgos necesarios de los argumentos.
El problema
del reduccionismo en biología surge del hecho histórico de que las ciencias de
la física y de la química proporcionaron a las ciencias,vitales, en su
infancia, una base firme a partir de la cual podrían desarrollarse. Pero ¿qué
tanto se podría confiar en esta base? René Descartes, el llamado padre de la
filosofía moderna, es considerado generalmente como el primero que planteó la
particularmente rígida distinción entre mente y materia que ha caracterizado o
complicado el pensamiento occidental desde entonces. Ya que el cuerpo del
hombre era considerado del mundo material, tenía que ser explicado en términos
reduccionistas de entidades materiales y de principios mecanicistas. El mundo
subjetivo de la mente era, sin embargo, algo al mismo tiempo diferente. La
propia doctrina de Descartes sobre la mente erade hecho un tanto confusa pero,
hablando en general, el cuerpo y la mente se consideraban por completo
independientes, no actuando como tales sino procediendo, digamos, en paralelo.
Aunque el punto de vista de Descartes estaba sujeto a diversas
interpretaciones, los primeros vitalistas llegaron a creer que las propiedades
de los sistemas vivientes podrían explicarse únicamente por la operación de
algún agente no-material por encima de las propiedades del cuerpo físico.
En estos
términos el debate era suficientemente claro, y se desató violentamente durante
todo el siglo XIX. Los comienzos de una reconciliación o de un oscurecimiento
de los problemas opuestos se manifestaron en los primeros años del presente
siglo con los orígenes de la física moderna. La declaración vitálista de que
los procesos de vida difieren en esencia de los mecanismos del mundo material
implica que actualmente entendemos qué son los materiales y los mecanismos.
Esto estaba muy bien en el mundo determinista de los átomos en forma de bola de
billar, pero en la era de la relatividad y de la mecánica cuántica la idea de
una relación mecanicista del mundo se convirtió para muchos científicos en algo
mucho menos plausible. De esto resultó que se vio menos claramente sobre qué
bases podrían debatir vitalistas y mecanicistas.
Uno de los
pensadores dominantes de este periodo, y uno de los fundadores de nuestro
interés actual en las propiedades de relación y de organización fue el
matemático y filósofo A.N. Whitehead (18611947). Whitehead intentó resolver el
problema vitalismo-mecanicismo desarrollando la llamada doctrina de emergencia,
originalmente enunciada por C. Lloyd Morgan (1852-1936). El análisis de Morgan
no partió de nuestra comprensión de los constituyentes últimos del mundo
físico, sino de la evidencia del mundo derivada de la observación directa de
éste. Esto es, no pasamos del conocimiento de las entidades básicas del mundo
al de cómo explican éstas las propiedades de los organismos vivientes, sino más
bien de los fenómenos observables a nuestras ideas intelectuales sobre el
origen de la materia. Nuestro conocimiento de estas entidades básicas es
necesariamente imperfecto y misterioso porque sólo podemos conocer aquellas
propiedades que están manifiestas en los fenómenos en que participan, y que
podemos observar. Así no debiéramos esperar, por así decirlo, reconocer en
átomos aislados de oxígeno e hidrógeno las propiedades particulares que les
permiten, en combinaciones apropiadas, formar el agua; pero cuando las
propiedades del agua realmente "surgen" de esta combinación, en
verdad hemos observado algo nuevo sobre los átomos, algo que podemos aprender
sólo cuando éstos se han organizado en tal forma particular.
Así ocurre con la vida. Cuando
reconocemos que los átomos de oxígeno, carbono, nitrógeno, etc. organizados en
una forma particular, manifiestan las propiedades asociadas con los sistemas
vivientes, no precisamos volver a la idea de que es necesario añadir una
fuerza vital, como
tampoco lo haríamos para explicar la aparición del magnetismo en una barra de
hierro, o en la eficacia de un sintonizador de radio para proporcionarnos las
sonatas para piano de Beethoven desde el Wigmore Hall. Lo que en verdad
necesitamos entender es que estas propiedades impresionantes surgen de ciertas
organizaciones de sistemas materiales; en ausencia de estas organizaciones, las
propiedades dejan de manifestarse. En estos términos, la vida misma pierde
mucho de su misterio (al menos en sentido filosófico), de modo que explicar la
aparición en la evolución de los organismos a partir de materiales inanimados,
o su desaparición a la muerte del cuerpo, deja de ser un problema.
Finalmente,
¿qué puede obtenerse del problema mismo de la relación mente-cerebro, ese
enigma que ha desvelado a los mayores pensadores a través de la historia?
Siempre han existido aquellos que creen que todos los fenómenos materiales,
incluyendo los de los cuerpos vivos, pueden en principio ser comprendidos en
términos de física y química, pero que sin embargo han insistido en que los
fenómenos subjetivos son de tipo diferente. Existen todavía algunos eminentes
defensores de esta opinión, entre ellos algunos filósofos y científicos,
quiénes señalan que a pesar del considerable cúmulo de conocimiento ahora
disponible acerca de funciones cerebrales que pueden medirse, funciones
inequívocamente relacionadas con los fenómenos mentales, no estarnos próximos a
cerrar el abismo que haya entre un acontecimiento como una descarga eléctrica y
nuestro conocimiento subjetivo de un pensamiento abstracto o de una emoción en
la mente. Decir que son idénticos es dar por admitida la cuestión, y en todo
caso es bien sabido por los trabajos de los psicoanálisis y de otros que una
buena cantidad de actividad mental actúa en el cerebro sin que nos demos cuenta
de ello. La experiencia subjetiva (esto es, consciente) no tiene una
correlación inevitable con los procesos nerviosos, ni aun con algunos procesos
que podríamos considerar como pensados si alcanzaron el nivel de lo consciente.
Más bien, parece que la conciencia podría ser algo único.
Aunque aquí no
podemos ocuparnos de algunos problemas filosóficos mayores surgidos de estos
hallazgos, el fenómeno de la conciencia de sí tiene especial importancia en
relación con lo que se ha dicho antes sobre la organización. Si la conciencia
de sí existe en el hombre, y si creemos en la evolución, ¿de dónde viene el
desarrollo de este fenómeno? ¿Es posible explicar el problema de la mente en la
misma forma en que hemos explicado el del magnetismo y el de la vida, esto es,
como una propiedad que surge de ciertos tipos de organización en los sistemas
materiales? No es difícil de comprender la idea de que algo de la misma índole
cualitativa de la conciencia de sí puede ocurrir en las formas de vida
subhumanas, pero la implicación lógica de esta forma de pensar derivaría en que
un fenómeno análogo puede ocurrir también en organizaciones inanimadas y
finalmente hasta en los átomos mismos. Esto puede parecer ininteligible para
muchos, no así para algunos pensadores con autoridad, entre ellos el mismo
Whitehead, el biólogo J.B.S. Haldane (1892-1964) y el paleontólogo y sacerdote
jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) (véase también el capítulo 8).
Otro punto de
vista agudamente contrastante del problema mente-cerebro, que mencionaremos
brevemente, es la teoría reduccionista conocida como conductismo. Esta escuela de
la psicología intenta describir los fenómenos de la persona en términos de los
fenómenos de la conducta del cuerpo. Los fundamentos son que mientras les
eventos mentales específicos no son negados como tales, deben excluirse del
campo de la investigación científica sobre la base de que no están disponibles
como conocimiento público para que cualquiera los escudriñe. La atención debe
dirigirse a las formas de conducta evidentes, las cuales son consideradas ya
sea como expresiones públicas de fenómenos psicológicos, o en alguna forma como
equivalentes reales de éstos. De cualquier modo, se asegura, los términos
usados convencionalmente en la psicología para describir los estado s mentales
y sus procesos, deben entenderse como maneras de describir las formas asociadas
de conducta en situaciones dadas. Así, las personas de quienes se dice que son
listas, estúpidas, buenas, deshonestas, etc., pueden observarse actuando o
tendiendo a actuar en forma que debemos considerar como características de los
adjetivos respectivos. Otras experiencias "dentro de la mente"
pueden, se argumenta, ser consideradas de manera parecida, en tal forma que la
idea misma de la mente se vuelve redundante para los propósitos de la
psicología. Según este punto de vista, buscar entender cómo influyen los
eventos mentales en la conducta del cuerpo es tan importante como preguntarse
en qué medida la seguridad de un automóvil afecta su funcionamiento mecánico.
La posición
conductista está abierta a un importante número de objeciones bastante
diferentes de la incomprensión o repugnancia que engendra en algunas personas.
Por ejemplo, no hay que pensar mucho para darnos cuenta de que estamos forzados
a emplear términos psicológicos tradicionales, así como también términos
conductistas, para poder determinar si el comportamiento de una persona es,
digamos, estúpido o deshonesto; necesitamos también saber, entre otras cosas,
algo sobre su actitud mental, sobre sus creencias, sus deseos, etcétera.
Finalmente,
quizás valga la pena añadir que ni el enorme interés en la
"totalidad" organizativa ni en las relaciones reduccionistas han
provocado una unificación general de la ciencia misma. Ésta no puede
sencillamente considerarse como una, simplemente porque sus variadas
disciplinas tratan de las propiedades que surgen de organizaciones distintas.
Es cierto que ha habido heroicos intentos hacia el reduccionismo entre las
divisiones mayores de la ciencia, como también dentro de ellas mismas; sin
embargo, los éxitos han sido pocos, mientras que el esfuerzo ha sido inmenso.
Un famoso ejemplo reciente ha sido el intento de reducir la genética
tradicional mendeliana a genética molecular, que es un tipo especializado de la
bioquímica de los ácidos nucleicos. Este enfoque recibió una buena dosis de
apoyo en las áreas limitadas en las que se consideró posible, sin embargo, dejó
intacto mucho más del objeto original que podía redefinir, incluyendo la
evolución misma, que parecía incapaz de semejante redefinición. Claro está que
siempre será posible argumentar que en algún momento futuro, cuando nuestro
conocimiento general sea mayor que el actual, surgirá una ciencia realmente
unificada, pero para el futuro previsible parece que el estudio de los sistemas
organizados ha estimulado una apreciación de las diferentes técnicas y de los
procesos intelectuales apropiados para los diferentes niveles de complejidad.
Es probable que el sistema de partículas del físico siga siendo de órdenes de
magnitud más simples que los del biólogo molecular, mientras que los temas del
sociólogo parecen ser tan complejos como para desafiar a menudo nuestra
comprensión.
LAS CIENCIAS
SOCIALES
Los problemas
que surgen en las ciencias biológicas por la teleología y el reduccionismo nos
conducen a los fenómenos admitidamente "deliberados" estudiados por
las ciencias sociales. Existe un debate apasionado en el intento de reducir las
proposiciones de la sociología a las de la psicología, pero los argumentos muy
a menudo aparecen como motivados predominantemente por la amenaza de la
identidad profesional. Sin duda existen biólogos que desearían reducir estas
reacciones de amenaza a simples imperativos biológicos, sin embargo, este tipo
de controversia es trivial en comparación con las cuestiones fundamentales
genuinas consideradas más arriba y que seguiremos considerando.
Las
implicaciones reduccionistas de la nueva interdisciplina llamada sociobiología
se consideran como una excepción. Sus defensores predicen que el impacto de la
biología en las ciencias sociales y en las humanas será a la larga tan
revolucionario como el de la química y la física en la biología. La sugerencia
de que la ciencia social será algún día considerada una rama, por así decirlo,
de la biología, contradice llanamente el juicio prevaleciente que postula que
la vida social humana es casi por completo producto de influencias culturales,
mostrando poca o ninguna evidencia de determinismo genético. Pero éste es un
debate de gran amplitud y al parecer insoluble, y para nuestros propósitos
actuales será suficiente anotar que la concepción de la biología como la clave
para entender el comportamiento humano es la más reciente contribución al
problema naturaleza-educación que nos ha asolado, sin resolverse, durante
muchos siglos.
Consideraremos
ahora un asunto que, entre algunos científicos naturalistas, es juzgado sólo
ligeramente menos polémico que el anterior, pero el cual, comparado con
nuestros anteriores comentarios concernientes a la naturaleza del conocimiento
científico, puede plantear pocos problemas serios. Se trata del problema de si
es posible, después de todo, atacar los fenómenos sociales y humanos por medio
del método científico. (Es importante que aquí disociemos claramente métodos y
técnicas en el contexto de la ciencia. Por método científico se quiere
significar una versión identificable de los en cierta forma elusivos
procedimientos descritos, por ejemplo, en los capítulos 1 y 3. Las técnicas
científicas, por otra parte, son formas particulares para realizar el método
científico -por medios como encuestas, mediciones, experimentos controlados,
etc.- los cuales varían ampliamente de acuerdo con cada ciencia particular).
¿No es éste
entonces el caso en que la total complejidad de la vida humana predestina al
fracaso cualquier intento de ser genuinamente científico?
La complejidad
del tema es ya indudablemente un problema, porque cuando hay muchos fenómenos
interrelacionados es difícil establecer una secuencia causal clara. En su forma
extrema, esta opinión nos dice que la vida humana es tan rica y sutil que
cualquier acontecimiento social es único; cualquier creencia como ésta,
sostenida con sinceridad, sería incompatible con la investigación científica
(véase el principio del capítulo l). Sin embargo, ¿es posible sostener esta
opinión, o al menos puede demostrarse que la complejidad es únicamente problema
de las ciencias sociales? No hay duda de que las ciencias biológicas comparten
muchas dificultades semejantes, especialmente en ramas como la etología y la
ecología, que estudian el comportamiento de los organismos en condiciones
naturales y seminaturales. Aun en las ciencias físicas hay también enorme
complejidad, y la respuesta a ella ha sido siempre acumular conocimiento sobre
los fenómenos más simples, con la esperanza de que ocasionalmente lleguen a dar
luz sobre los más complejos.
Algunas
variedades de este proceso de simplificación parecen ser aplicables en todo el
espectro de las ciencias, y el enfoque ideal es indudablemente aquel que
pretende la simplificación mediante experimentos artificiales controlados. Sin
embargo, los experimentos -no son siempre posibles y es aquí interesante
recordar que el dominio de la astronomía en el siglo xvii no era ciertamente el
resultado de que se pudiesen manipular experimentalmente los cuerpos celestes.
En forma similar, muchas ciencias naturales de prestigio, como la geología o la
biología evolutiva, tienen poco campo para la experimentación, y sin embargo no
han dejado de establecer extensos bloques de conocimiento, con leyes y teorías
generales bien fundamentadas. Por lo tanto, las áreas de investigación social
humana en las que son raras las oportunidades para experimentos controlados, no
pueden descartarse de las filas de la ciencia basándose únicamente en esto. En
cualquiera de los casos, hay algunas áreas, en especial la psicología social,
en donde se ejecutan rutinariamente experimentos que no pueden diferenciarse de
los de las ciencias naturales, en tanto que los economistas hacen amplio uso de
modelos idealizados que pueden analizarse matemáticamente en casi la misma forma
que en física o fisiología. Finalmente, las investigaciones de campo, en muchas
de las ciencias sociales, no difieren en forma significativa de aquellas que se
hacen, digamos, en la botánica o la entomología.
Otras de las
dificultades que se invocan para la ciencia social se refieren a la
generalización. Mientras que una ley típica en física o en química se considera
normalmente como de aplicación universal, en el sentido de ser independiente
de] espacio y del tiempo, los hechos humanos tienden a ser influidos
significativamente por factores culturales o históricos. Es poco probable así
que las normas de comportamiento sean válidas entre sociedades diferentes o
dentro de una misma sociedad en tiempos diferentes. Esto quiere decir que las
teorías sociales, aunque a menudo poseen un poder explicativo considerable,
nunca proporcionan suficiente base para hacer predicciones acertadas del
futuro. Esta deficiencia puede parecernos una desventaja paralizante si en este
momento hiciéramos la comparación con la astronomía de posición, pero una breve
reflexión nos muestra de inmediato que la astronomía es más bien la excepción y
no la regla, aun entre las ciencias físicas. La predicción exacta de estados
futuros es posible, aun por medio de las famosas leyes físicas, únicamente
dentro de ciertas condiciones artificialmente idealizadas (por ejemplo, en un
vacío "perfecto” o en una rigidez "perfecta" dada) que son
análogas a las idealizadas fuerzas de mercado aplicadas a las ecuaciones de los
economistas. Con las ciencias menos exactas, como la meteorología, la
predicción es notoriamente arriesgada, mientras que con los sistemas vivientes
(sin mencionar a la física subatómica) nunca nos referimos a otra cosa que a
meras probabilidades.
Un problema
muy amplio y genuino para la ciencia social es aquel que concierne a la llamada
relatividad de las leyes sobre las sociedades humanas. ¿Puede ser totalmente
objetivo y libre de valores el estudio de los fenómenos humanos? Por ejemplo,
en psicología y en medicina social a menudo se discute si podemos investigar o
experimentar en individuos y seguir conservando nuestro respeto por ellos como
seres humanos. Igualmente, hay algunos tipos de fenómenos que son difíciles de
estudiar porque las mediciones necesarias pueden ser peligrosas o inaceptables,
o bien es posible que los datos deban manejarse confidencialmente. En realidad,
es la misma proximidad de esas ciencias con los urgentes asuntos personales de
la vida diaria la que puede revelar los valores y prejuicios del científico mismo
en términos de su decisión sobre lo que debe estudiarse en primer lugar. Si su
decisión se basa ampliamente en razones externas a la ciencia misma (como,
digamos, en el caso de un deseo de probar un punto a discusión) más que en
otras ampliamente reconocidas como intracientíficas, es menos probable que la
investigación misma satisfaga los estándares normales de imparcialidad
científica.
En donde
intervienen las cuestiones de juicio moral (como por ejemplo en el estudio de
prejuicios raciales o de conducta sexual) la situación es particularmente
delicada y obviamente muy diferente de aquella en donde un químico o un
fisiólogo selecciona un problema que, para él, despierta una curiosidad
intelectual especial. En el contexto social hay un riesgo mucho más grave de
que los valores personales puedan prejuiciar la recolección de evidencias por
su influencia para decidir lo que debe ser considerado como información de
hechos, y después inmiscuyéndose en la discusión y en la interpretación de los
hallazgos obtenidos. Es difícil para el científico social lograr un desapego
genuino sobre asuntos humanos delicados, aún más si (lo que no es en ninguna
forma extraordinario) su intuición como lego parece proporcionarle una visión
más profunda y más directa que su metodología formalizada. Desafortunadamente,
nuestros juicios de sentido común son frecuentemente engañosos, y justamente el
problema es tan irresoluble porque refleja actitudes sobre asuntos mucho más
amplios que los estrictamente pertinentes al área de investigación social dada.
Claro está que también en las ciencias naturales hay muchas áreas de
controversia, y siempre hay algunas que generan un desacuerdo apasionado, sin
embargo, la tensión resultante es a menudo creativa y de ella pueden surgir
soluciones genuinas. Esto es simplemente porque los debates científicos
naturales conciernen en forma típica a la interpretación de datos
exclusivamente intracientíficos, mientras que los de las ciencias sociales
invariablemente se refieren a puntos de vista más generales.
En algunos
contextos este problema puede parecer tan insoluble que ocasionalmente se
recomienda que los científicos sociales abandonen su intento de lograr análisis
libres de valores y mejor especifiquen sus propias actitudes tan amplia y
honestamente como les
sea posible, de
manera que sean otros los que con total independencia puedan evaluar su
importancia. En muchas formas es éste un objetivo laudable, pero en vista de
que generalmente sería imposible saber si ha sido logrado, una ciencia social completamente
libre de valores puede ser inalcanzable. Una respuesta polémica que aparece al
darse cuenta de esto, ha sido siempre argumentar que una ciencia social de este
tipo es en todo caso indeseable; los fenómenos sociales deben siempre tener
esencialmente un aspecto "subjetivo" o "impregnado de valor”
dada la naturaleza deliberada de los actos humanos. Según esta opinión, el
intento de excluir interpretaciones subjetivas inevitablemente elimina también
todo hecho social genuino. Consecuentemente las llamadas técnicas de
investigación no objetivas" deben desarrollarse para incluir
particularmente la buena voluntad y la habilidad del científico social para
proyectarse a sí mismo empáticamente con el fenómeno que está estudiando.
únicamente esto lo conducirá a hipótesis que contengan un auténtico poder de
explicación.
Otro problema
que encara el científico social es que el conocimiento de los fenómenos
sociales es en sí mismo una variable social. Esto significa simplemente que los
sujetos humanos de experimentación o investigación probablemente se comporten
anormalmente si están conscientes de lo que les está ocurriendo. Por ejeniplo,
la gente puede responder a las preguntas de una encuesta en términos de lo que
creen que se espera de ellos, más que lo que realmente creen o hacen, o es
posible que proporcionen información falsa debido a algún deseo de oscurecer
los resultados. Aún más, la gente tiene tendencia a creer que sabe sobre las
tendencias y actitudes sociales, en forma tal que, aun tras un análisis
exhaustivo de algún fenómeno social por parte de los científicos, continúan
dudando o rechazando las conclusiones que son contrarias a las suyas. Esta
situación puede considerarse como muy rara en lo que respecta a las ciencias
físicas, aunque ocurre ocasionalmente en biología, y particularmente, claro
está, en aquellas ramas aplicadas como la medicina, que está más próxima a
inquietudes humanas inmediatas.
Las reacciones
humanas al conocimiento de los fenómenos sociales afecta tanto las predicciones
como las explicaciones. Esto ha sido ilustrado en época reciente en relación
con el intento de predecir el resultado de elecciones. Si la predicción tiene o
no influencia en la forma de votar de la gente, puede ser o bien animándolos a
actuar de acuerdo con ella (el---efectodel ganador" [band-wagon effectD, o
bien en desacuerdo (el "efecto del perdedor" [under-dog effect». Si
el científico social intenta tener en cuenta estos efectos, puede confiar en
tener éxito únicamente cuando son iguales. Si hace sólo predicciones
condicionales que no tengan en cuenta las reacciones para la predicción, las
condiciones iniciales no se cumplirán. Esto es, una vez que intenta influir en
el resultado de una predicción, no puede ya probar su confiabilidad.
Finalmente, si
nos hacemos la pregunta: ¿es realmente posible la ciencia social?, debemos
formular nuestra respuesta en forma de reconocer por completo los problemas en
los que no hay duda, pero al mismo tiempo reconocer los objetivos de la empresa
total. La naturaleza humana presenta realmente algunas dificultades formidables
para cualquiera que intente explicarlas, ya no digamos predecirlas. Sin
embargo, tanto la explicación como la predicción se cuentan entre los objetivos
legítimos de la ciencia social, al igual que lo son para la ciencia natural, y
está más allá de toda discusión que ya existe un bloque sustancial de
literatura que abarca, en términos generales, todos los criterios normales del
conocimiento científico. Aunque todavía quedan demasiados ejemplos de literatura
científica social pomposa, vaga y ambigua -en la que la comprensión lograda y
transmitida puede no ser más profunda y confiable que la de los juicios
tradicionales de sentido común propios de la sabiduría popular-, debe decirse
que esa falta de claridad es, sin lugar a duda, el monopolio de los científicos
sociales. Hay mucho de cierto cuando se dice que las áreas de vaguedad (más en
los datos que en el estilo de la literatura) siempre presentarán dificultades
especiales para los científicos sociales, pero teniendo en cuenta esto, parece
razonable esperar que las áreas problemáticas continuarán exigiendo análisis
responsables, y que como resultado de ello podemos esperar una expansión
continua del conocimiento auténtico.
CIENCIA MODERNA Y SU FILOSOFIA
ResponderEliminarSegún este articulo el ajustarse al método científico denota un riesgo que dependiendo de la perspectiva pueda que se le considere o no su importancia filosófica. Según Popper aunque las hipótesis son situaciones eventualmente demostrables y comprobables de acuerdo a la realidad a la que se ajusten.
En la versión cientifica se presume un poco de sesgo sin embargo a los que la practican les tiene sin cuidado pues ellos tienen la convicción de que el mismo no existe. El sustento en el que se basan los que promueven la epistemología del sesgo no es otro que el hecho de que se hace imposible medir nuestros datos conceptuales. Por lo tanto se puede manifestar que mientras se pueda demostrar procesos como el de aceleración y la masa habrá quienes tenga suficiente piso epistémico para demostrar que no existe tal sesgo.
Para explicarnos un poco mejor, haremos referencia a ciertos aspectos que permitirán hacer de un modo u otra más entendible dicha situación eso si abordándolo desde el campo de las ciencias:
Los fundamentos de la física moderna nos deja ver un claro ejemplo de que ambos bandos buscan una fórmula que de entender que cada cual tiene la razón, de un lado están los científicos quienes intentan demostrar que cada vez más se ven obligados a extender sus intereses más allá de los límites de la física, y del otro lado los filósofos que buscan incentivar desde los revolucionarios descubrimientos de la física como una parte importante de la información primaria de la filosofía. De igual forma con el surgimiento del principio de la incertidumbre en esta era de la física moderna, nos devela una situación muy clara y no es otra que la realidad de saber cuál es nuestra posición en el mundo y no la concepción de que la ciencia iba a ser de algún modo la expresión final del espíritu humano.
En este mismo orden las ideas de la biología parten del siguiente principio “Esta nueva imagen del hombre y su percepción de la realidad se ha derivado exclusivamente de las ciencias físicas y de las matemáticas. El cuadro estaría incompleto sin algunas consideraciones de la contribución que han hecho las ciencias vitales, en particular porque para los biólogos es más familiar que para los físicos la idea de que el azar y la incertidumbre existen como elementos básicos en los trabajos de la naturaleza.”, por cuanto que desde la biología se da más esa comprensión de que el hombre pueda dar demostración desde el punto de vista filosófico de que si es explicable y analizable cada situación o momento más allá de métodos cuantificables y sin dejar de ser ciencia.
Otro aspecto destacable es que la biología se maneja en el sendero del “todo ordenado” y que permite contrastar la condición del hombre con cualquier otra que encaje perfectamente tanto dentro de una explicación empírica como una epistemológica. En este texto se nos manifiesta un vivo ejemplo como lo es el del termostato, es perfectamente usable tanto en el ser humano (biología) como en un aire acondicionado (física) y no se escapa de un orden ya sentado y estudiado pero que trata de demostrar que desde la ciencia se puede hacer una interpretación filosófica y desde lo filosófico una demostración cientifica.
Desde la perspectiva teleológica se puede destacar con un ejemplo su interpretación; el sistema homeostático que mantiene una temperatura corporal constante también nos ofrece un modelo en torno al cual podemos discutir brevemente el problema de la teleología, el cual ha sido de interés para la biología durante siglos. Como ya hemos visto, las formas teleológicas de expresión se refieren característicamente a los fines a los que supuestamente tienden las cosas y no tanto, como en las formas causales, a los acontecimientos originales que las provocaron.
Como conclusión se puede destacar que la ciencia moderna tiene como filosofía la comprensión desde el punto de vista humanista de todo lo que antes solía ser demostrado bajo un solo método paradigmático, imbricándose en la conciencia de cada cual como una perspectiva explicativa desde el raciocinio y no plenamente desde lo científico demostrable (método numérico).
ResponderEliminarParticipantes:
Abreu Freddy
Gamarra María
Martínez Marlon
Aula Territorial Valle de la Pascua
UNERG
Como conclusión se puede destacar que la ciencia moderna tiene como filosofía la comprensión desde el punto de vista humanista de todo lo que antes solía ser demostrado bajo un solo método paradigmático, imbricándose en la conciencia de cada cual como una perspectiva explicativa desde el raciocinio y no plenamente desde lo científico demostrable (método numérico).
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Abreu Freddy
Gamarra María
Martínez Marlon
Aula Territorial Valle de la Pascua
UNERG
Ciencia, y FilosofIa
ResponderEliminarLa Ciencia, y Filosofía, desempeña un papel determinante sobre el sentido y la finalidad del fenómeno educativo. La teoría y la práctica pedagógica se fundamentan en la concepción filosófica del mundo, del individuo y su actividad con un carácter critico, transformador y en constante, reconstrucción, transitando por los planos metodológicos, axiológicos y epistemológicos en forma integrada y cuya esencia es el hombre y sus procesos de formación.
Es importante acotar que, en el que hacer educativo se precisa analizar la naturaleza y principios que fundamentan la educación como eje motor en la formación del hombre que se aspira, según las exigencias sociales concretas de cada sociedad.
Indudablemente que la ciencia y la filosofía ayudan a determinar las teorías de la naturaleza del hombre, de la sociedad y del mundo, a fin de organizar el curso de las políticas y prácticas educativas. Así mismo permiten interpretar los resultados de la investigación educacional y de las ciencias humanas, especialmente, las ciencias de la educación; Pedagogía, filosofía de la Educación, Psicología del Aprendizaje.
Para concluir este tema de gran relevancia en la formación del ser humano a través de toda su vida primordialmente en sus primeras etapas, pues el hombre está en un continuo aprendizaje mientras esté vivo y consiente, se tiene que la educación venezolana está fundamentada en las ideas y praxis de pensadores y pedagogos, entre ellos: Simón Rodríguez, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Belén san Juan, y Paulo Freire, como está establecido en el Currículo Nacional Bolivariano (CNB) del sistema educativo del país, y acorde a los enfoques humanistas en interrelación con el entorno social, y por ende a todo lo que conlleve a la formación integral y holística del individuo como parte de un engranaje total en la sociedad.