LA POLÉMICA POSITIVISMO vs RACIONALISMO (2 personas)
Molina-Montoro, A. (1988): “Verificabilidad y refutabilidad
(falsabilidad)”, en Reyes Terminología
Científico-Social. Barcelona: Anthropos, pp.1023-1030
Introducción: significado y demarcación.
Cabe afirmar que los
principios de verificabilidad y refutabilidad (o «falsabilidad») constituyen
las tesis centrales del positivismo lógico (Schlick, Neurath, Carnap, Ayer...)
y el racionalismo critico (Popper, Albert...) respectivamente. Para entender su
alcance es preciso, antes que nada, poner de manifiesto los problemas que
pretenden solucionar. Veamos cuáles son.
Para empezar, ha de
quedar sentado que se trata de dos criterios que se aplican a enunciados y
teorías, las cuales son consideradas como conjuntos o sistemas de enunciados
(al final del artículo podrá comprobarse que esta declaración no es trivial).
Lo que se pretende es responder a dos preguntas: «¿Cómo distinguir los
enunciados (y teorías) que son significativos de los que no lo son?» y «¿Cómo distinguir
los enunciados (y teorías) que son científicos de los que no lo son?».
Así pues, nos
encontramos ante dos cuestiones que, aunque están relacionadas, son distintas.
En el primer caso se busca un criterio de significatividad, y en el segundo un
criterio de cientificidad (o, utilizando la terminología de Popper, un criterio
de demarcación entre lo que es ciencia y lo que no lo es).
Adelantando
parcialmente los resultados de nuestro estudio, podemos decir que los
defensores del principio de verificabilidad mantienen que éste es un criterio
necesario y suficiente para establecer la significatividad; y necesario, aunque
no suficiente, para establecer la cientificidad. Los partidarios del principio
de refutabilidad rechazan estas pretensiones de los verificacionistas, se
desentienden de la búsqueda de un criterio de significado, y aseguran que la
falsabilidad es el criterio necesario y suficiente de la cientificidad.
En los dos apartados
que siguen explicaremos detalladamente esto que, ahora, quizá parezca un
trabalenguas. Para ello examinaremos críticamente, en primer lugar el
verificacionismo y la metodología inductivista a la que está ligado
estrechamente; en segundo lugar, el refutacionismo y la metodología
anti-inductivista que funda.
Verificación e inducción
1.1. El principio de
verificabilidad
1.1.1. La
clasificación de los enunciados. El positivismo lógico afirma que la tarea de
describir, explicar e interpretar el mundo corresponde al sentido común y la
ciencia, que se considera como una prolongación depurada y estricta de éste. La
filosofía no ha de tratar, pues, de ofrecer información sobre las cosas, sobre
el universo, sino que ha de ser una «actividad de segundo grado», un «hablar
sobre el hablar», esto es, un análisis del lenguaje, tanto del propio de la
vida cotidiana como del empleado por la ciencia. No ha de pretender, por tanto,
construir un sistema de enunciados, de tesis sobre el mundo, sino que ha de
constituirse como un si tema de actos de aclaración de nuestro hablar sobre el
mundo. Y lo que se pretende elucidar no es la verdad de los enunciados, ya que
ésta es una tarea reservada a la ciencia. Se trata de esclarecer algo previo:
la significatividad de los enunciados. Dado un enunciado, pues, se pretende
encontrar un criterio que permita determinar si es significativo -y, por tanto
verdadero o falso- o no es significativo -y por tanto, ni verdadero ni falso,
porque, en contra de lo que pueda parecer, no dice nada; es un
pseudo-enunciado-.
El primer paso que
ha de darse en esta dirección es la elaboración de una clasificación de los
enunciados, labor en la cual los positivistas toman partido a favor de Hume y
en contra de Kant al no admitir la existencia de juicios (enunciados)
sintéticos «a priori», ya que identifican lo analítico con lo «a priori» y lo
sintético con lo «a posteriori». En consecuencia, establecen que, dado un
enunciado cualquiera, éste sólo puede encontrarse en uno de los dos grupos: I)
Es analítico (= «a priori») si es tal que el concepto-predicado está incluido
en el concepto-sujeto, o, según una caracterización más amplia, su negación (la
del enunciado) es autocontradictoria, y por tanto no necesitamos recurrir a la
observación de los hechos del mundo para averiguar su verdad, ya que ésta se
sigue de las convenciones lingüísticas que manejamos. II) Es sintético (= «a
posteriori») si es tal que el concepto-predicado no está incluido en el
concepto-sujeto, su negación no es autocontradictoria y hemos de observar los
hechos para saber si es verdadero o falso. Ejemplos del primer tipo son «ningún
soltero está casado», «todos los cangrejos son crustáceos»… Ejemplos del
segundo son «la temperatura media anual de Siberia es de -15 °C», «todos los
pornógrafos son bajitos»…
1.1.2. Formulación y
matizaciones del principio.
1.1.2.1. Primeras
formulaciones: Según los positivistas, un enunciado -un «presunto enunciado»-
carece de significado por dos razones. La primera es la violación de las reglas
de la sintaxis del lenguaje, en cuyo caso nos encontramos ante una simple ristra
de palabras, no ante un enunciado, como en el caso de «el perro luego aunque
heliotropo». Esto es obvio, pero hay otra razón por la cual un enunciado que
respete las reglas sintácticas del lenguaje, puede, no obstante, no ser
significativo: cuando no hay ningún tipo de experiencia posible que nos permita
verificarlo, como ocurre con «El Absoluto, se automanifiesta en un proceso
dialéctico».
Ya tenemos, por
tanto, el criterio que nos permitirá precisar cuándo es significativo un
enunciado empírico: cuando es verificable. (Queda claro, pues, que el criterio
no se aplica a enunciados analíticos, sino sólo a enunciados sintéticos
sintácticamente correctos.) No otra cosa es lo que quiere decir la primera y
más concisa versión del principio, la dada por Schlick: “EI significado de un
enunciado es un método de verificación».
1.1.2.2.
Verificabilidad en sentido débil y en sentido fuerte: En los primeros tiempos
los positivistas lógicos entendían por «verificar» realizar todas las
observaciones necesarias para establecer concluyentemente, es decir, sin
posibilidad de duda, la verdad de un enunciado. Ahora bien, pronto se dieron
cuenta de que de esta manera resultaba que no podían verificarse ni los
enunciados universales del tipo «todos los x son y» ni las leyes científicas,
ya que es imposible observar todos los acontecimientos pasados, presentes y
futuros sobre los cuales tratan. Ante tal dificultad, algunos tomaron la
heroica de decisión de seguir adelante y considerar que las leyes y enunciados
generales carecían de significado empírico, eran pseudo-enunciado, aunque, eso
sí, de gran importancia, ya que servían como reglas de anticipación de la
experiencia. A.J. Ayer, en cambio, zanjó el asunto, en su Lenguaje, verdad y
lógica, de un modo mucho más próximo al sentido común, distinguiendo entre
verificabilidad en sentido fuerte, la que acabamos de considerar, según, la
cual sólo son verificable, los enunciados particulares como «algunos dictadores
son analfabetos», y verificabilidad en sentido débil, según la cual, para
considerar verificable -y, por tanto, significativo- un enunciado, basta con
que podamos observar hechos que permitan considerar probable la verdad del
mismo con lo cual de nuevo podemos considerar significativas, pues son
verificables, expresiones tales como «todos los filósofos son unos pelmazos»
-afirmación que, por otra parte, es completamente falsa, como todo el mundo
sabe-.
1.1.2.3.
Verificabilidad en principio y en la práctica: En el mismo capítulo de la obra
que hemos mencionado, Ayer hace otra distinción de importancia: para poder
considerar significativo un enunciado basta con que éste sea verificable en
principio, es decir, con que sea lógicamente posible verificarlo, con que
estemos en condiciones de imaginar algún tipo de experiencia que determinase si
es verdadero o falso, aunque no dispongamos de los medios para verificarlo en
la práctica. Así, por ejemplo, el enunciado “la superficie de la luna está
formada por leche y miel” en el siglo XIII era verificable en principio, pero
no en la práctica, en tanto que hoy día es verificable en ambas acepciones -y,
por desgracia, sabemos que es falso-.
1.1.2.4.
Verificabilidad directa e indirecta: Por último, Ayer establece que para
considerar significativo un enunciado no es preciso realizar observaciones que
establezcan directamente su probabilidad, sino que es suficiente con que
algunas experiencias apoyen otros enunciados que sean derivables del que nos
interesa, y, por tanto, lo verifiquen indirectamente.
1.1.3. La
eliminación de la metafísica. En resumen, tras las primeras y tajantes
formulaciones del criterio, llegamos a una situación en la que basta para
considerar significativo un enunciado empírico con que éste sea verificable en
principio, en sentido débil e indirectamente. No obstante, afirman que estos
requisitos son suficientes para eliminar del ámbito de lo significativo los
enunciados metafísicos: ya que la metafísica versa (según la discutible
caracterización que hacen los positivistas lógicos) sobre lo que está más allá
de la experiencia sensible sus enunciados no son verificables de ningún modo,
y, en consecuencia, no son significativos.
1.1.4. Dificultades
del criterio. Pese a las matizaciones que hemos expuesto, que flexibilizan el
criterio, éste tropieza con obstáculos que no puede sortear. En las líneas
siguientes pondremos de manifiesto cómo la aplicación del principio de
verificabilidad obliga a considerar como carentes de significado algunos tipos
de enunciado que indiscutiblemente lo tienen. Éstas y otras consideraciones
críticas que haremos están encaminadas a mostrar la conveniencia de abandonar
tal principio.
1.1.4.1. Enunciados
acerca de «otras mentes»: Resulta que, al aplicar el criterio que estudiamos,
enunciados tales como «la princesa está triste» o «al obispo le duelen las
muelas» han de considerarse, por sorprendente que sea, carentes de significado,
ya que son inverificables, porque se refieren a «estados internos» de otros
sujetos, los cuales son, por principio, inaccesibles a cualquiera que no sea él.
No podemos extendernos ahora en el controvertido problema de las relaciones
entre lo físico y lo mental, pero lo que parece indiscutible es que lo único
que podemos verificar de los otros son conductas observables o modificaciones
fisiológicas, pues ambos tipos de hecho son públicos. También es cierto que el
único indicio que tenemos para atribuir determinados estados internos
(pensamientos, emociones, intenciones...) a un sujeto son tales hechos..., pero
no es menos cierto que lo que queremos decir cuando predicamos de alguien un
«estado interno» no es exactamente que se conduzca de un modo determinado ni
que en su cuerpo se produzcan cualesquiera modificaciones fisiológicas. Es más
cabe la posibilidad de que se den estos últimos y no lo primero, y viceversa.
Volviendo a nuestros
ejemplos, el enunciado «la princesa está triste» no equivale a «la princesa
empapa en lágrimas diecisiete pañuelos cada hora, suspira profundamente una vez
cada diez segundos y su presión arterial ha descendido notablemente», ni «al
obispo le duelen las muelas» puede sustituirse sin pérdida por «su Eminencia,
que hoy muestra una sorprendente tendencia a proferir palabras gruesas, tiene
hinchado el carrillo izquierdo y su tasa de adrenalina en sangre es tres veces
superior a la normal». En efecto, cabe la posibilidad de que tanto la princesa
como el obispo sufran en silencio e incluso con buena cara, o la de que finjan
sus respectivos males, o de que experimenten emociones y dolores distintos de
los que suponemos en ellos. En fin, en estos casos, una cosa es lo que queremos
decir y otra distinta lo que podemos verificar. Pero de esto no se sigue que
los enunciados acerca de «otras mentes» carezcan de significado, sino que el
criterio de verificabilidad es demasiado estrecho.
1.1.4.2. Enunciados
acerca del pasado: Algo similar ocurre con los enunciados acerca del pasado:
“César cruzó el Rubicón” no es verificable. Lo único que podemos verificar es
que en algunos libros de algunos autores aparece la afirmación de que lo hizo,
pero no es eso lo que nosotros hemos querido decir: lo único que podemos
verificar es la existencia actual de indicios - documentos y monumentos- que
hacen pensar que en el pasado aconteció un determinado hecho, pero no podemos
observar el hecho mismo, ni, por tanto, verificar el enunciado que lo afirma.
Mas esto, de nuevo, no implica que tal enunciado carezca de significado, sino
que el criterio que examinamos no es adecuado.
1.1.4.3.¿Es
verificable el principio de verificabilidad?: Hemos visto que los positivistas
lógicos clasifican los enunciados en dos grandes grupos, analíticos y
sintéticos. El principio de verificabilidad es un enunciado cuya negación no es
autocontradictoria, por lo cual es sintético.
Ahora bien, ¿es
verificable? Vamos por partes, porque el asunto es un tanto complejo: En el
caso de que mantengamos que sí lo es, hemos de preguntar cuál es el criterio
que nos permitirá decidirlo, y sólo podemos responder de dos maneras, cuyas
consecuencias son igualmente inadmisibles: si damos por supuesto un criterio de
significatividad distinto del criterio que enunciamos, incurrimos en una
contradicción, y si damos por supuesto el mismo criterio, incurrimos en un
círculo vicioso, ya que suponemos que está verificado precisamente lo que
queremos verificar. Pero ocurre que si respondemos que el criterio no es
verificable, nos vemos forzados a reconocer que carece de significado, que no
dice nada, cosa que los positivistas difícilmente estarían dispuestos a
admitir.
Para salir de este
atolladero, algunos dirían que el criterio no es un enunciado como los demás,
sino que se trata de un enunciado metalingüístico, que hemos de considerar como
una regla de procedimiento. Pero, aun admitiendo esto, permanece en pie la
objeción de que para poder seguir una regla hay que entenderla, y para poder
hacerlo es preciso que esta tenga significado, con lo cual volvemos donde
estábamos al principio.
En fin, el criterio
empirista de verificabilidad ha sido un intento de reconstruir racionalmente la
noción intuitiva de significado hecho con la intención de excluir de su ámbito
enunciados cuya significatividad se tenía por dudosa; pero la aplicación del
criterio deja fuera enunciados indudablemente significativos y conduce al
callejón sin salida de auto-eliminarse. Y todo esto, sencillamente, porque
incurre -como ya señaló I. Berlin en su artículo Verificación- en un hjsteron prósteron al colocar la
verificabilidad como requisito de la significatividad, cuando la relación es
exactamente la inversa: todo enunciado, para ser verificable, ha de ser
significativo, pero no al revés. Dicho castizamente: el principio de
verificabilidad pone el carro delante de los bueyes. Ahora bien, no hay que
olvidar que su aplicación, o mejor dicho, la distinción entre enunciados
verificables y los que no lo son introdujo una claridad conceptual a la que no
hay por qué renunciar, tanta como la polémica sobre el criterio mismo ha
arrojado sobre la filosofía en general y la teoría del significado en
particular.
1.2. La metodología
inductivista
1.2.1. Exposición.
1.2.1.1. La
inducción: El principio de verificabilidad está íntimamente vinculado a una
teoría de la ciencia que considera la inducción como su procedimiento
característico. Por inducción se entiende aquella inferencia que, partiendo de
premisas particulares, alcanza una conclusión general; es decir, desde
«algunos» llega a «todos». Por tanto, la verificación de enunciados universales
(«todos los X son Y») y leyes es algo que sólo puede hacerse inductivamente
(«este X es Y», «aquel X es Y», «el otro X es Y»..., etc.; luego queda
verificado -en sentido débil- que «todos los X son Y»).
1.2.1.2. Enunciados
observacionales y leyes: Según los positivistas, los enunciados universales
sólo pueden establecerse y justificarse a partir de enunciados observacionales,
que son particulares, ya que registran una observación realizada por un sujeto
determinado en un lugar y un tiempo concretos. Hay que insistir en que, según
los inductivistas, tal fundamentación lo es tanto de hecho (establecimiento,
hallazgo de leyes) como de derecho (justificación de las leyes); es decir,
afirman que lo que realmente hacen los científicos es obtener generalizaciones
a partir de enunciados particulares, y que la única justificación posible de
tales enunciados universales es la base observacional que los soporta y a
partir de la cual se obtienen inductivamente.
1.2.1.3. Hechos y
teorías: los inductivistas afirman que hay una distinción tajante entre hechos
y teorías, que la ciencia ha de comenzar por la observación desnuda de los
primeros, y que sólo una vez realizada ésta se pueden introducir términos
teóricos - indirectamente verificables- en la explicación de los hechos.
1.2.2. Las
dificultades del inductivismo. El tránsito de «algunos» a «todos» plantea el
problema clásico de la inducción: no hay garantía lógica que lo avale, cabe la
posibilidad de que, aunque las premisas particulares sean verdaderas, la
conclusión universal sea falsa. La solución que da Popper a este problema mina
las bases de la metodología inductivista, que, consecuentemente, rechaza por
las razones que en el próximo apartado expondremos.
2. Conjeturas y
refutaciones
2.1. Exposición
2.1.1. La
refutabilidad como criterio de demarcación. A diferencia de los positivistas,
con los que siempre polemizó, Popper mantiene que la filosofía no tiene por qué
limitarse al análisis de los lenguajes, sean cotidianos o científicos, sino que
ha de formar parte de la empresa intelectual que pretende aumentar nuestro
conocimiento sobre el mundo. Tres son las grandes tareas que considera propias
del filósofo: el análisis y evaluación crítica de las teorías implícitas en el
«sentido común», la teoría del conocimiento, a la cual considera el eje de los
problemas filosóficos fundamentales, y, como caso especial, la teoría de
conocimiento científico o teoría de la ciencia.
Pues bien, el
problema que Popper considera el primero de la teoría de la ciencia es el de la
demarcación: ¿cómo distinguir entre los enunciados científicos y los que no lo
son? La respuesta que da es el criterio de refutabilidad (o «falsabilidad»)
según el cual, un enunciado es científico si y sólo si es refutable, o sea, si
hay alguna experiencia posible que pondría de manifiesto que es falso. Así, por
ejemplo. «ningún hombre puede correr a una velocidad superior a los 50 km/h»,
«todos los planetas del sistema solar describen órbitas elípticas», o «todos
los epistemólogos tiene sex-appeal» son enunciados refutables: por lo que
sabemos los dos primeros no están refutados, aunque es de temer que el tercero
sí lo esté.
Ha de quedar claro
que el de refutabilidad no es un criterio de significado, como erróneamente
creyeron algunos positivistas. Popper sólo pretende distinguir los enunciados y
teorías que son científicos de los que no lo son, lo cual no impide que admita
que estos últimos pueden ser verdaderos e incluso defendibles y atacables
racionalmente. Así, por ejemplo, los enunciados filosóficos -y más aún:
metafísicos- “toda sustancia está compuesta de materia y forma»,«todo cambio
exige un sustrato que permanezca invariable”, “los fenómenos mentales y los
fenómenos neurofisiológicos son dos aspectos de un mismo hecho”... no son
enunciados científicos, pero en su favor y en su contra pueden aducirse
razones.
Ahora bien, aparte
de los que acabamos de comentar, hay otro tipo de enunciados y teorías que no
se presentan como filosóficos, sino que pretenden ser científicos y no lo son;
como ocurre en el caso del psicoanálisis, puesto que éste, dice Popper, «no
excluye ninguna conducta humana posible. No dice que, en determinadas
circunstancias, sea imposible que un hombre haga esto o aquello. De ahí que,
siempre que un hombre actúa, confirme la teoría psicoanalítica. Que un hombre
se lance al agua para salvar a un niño, arriesgando su propia vida y quizá
perdiéndola; es un hecho tan explicable para el psicoanálisis como si este
hombre arrojara el niño al agua con intención de asesinarlo». Este es el
procedimiento de una pseudociencia (a la que, por otro lado, Popper no niega
observaciones interesantes sobre la naturaleza humana, algunas de las cuales
podrían reformularse científicamente) al cual se opone, modélicamente, el de
Einstein, que «intentó poner de relieve aquellos casos que, desde un punto de
vista crítico, podían refutar su teoría. Y también afirmó que si se pudieran
observar estas cosas, abandonarían inmediatamente la teoría. Este es el único
modo posible para una teoría de recibir confirmaciones experimentales:
considerar cómo podría mostrarse el hecho de que la teoría es falsa e intentar
realizar esta situación. Y si no se puede realizar, ni tan siquiera con la
mejor voluntad, entonces, y sólo entonces, puede considerarse como fracasado el
intento de refutar la teoría como una confirmación, pero nunca como una
confirmación definitiva”.
2.1.2. El
anti-inductivismo.
2.1.2.1. Rechazo de
la inducción: Popper afirma que no hay ninguna garantía que avale las
inferencias inductivas, que entre «algunos» y «todos» hay un hueco que no puede
llenarse, que cualquier intento de <<justificar» la inducción está
condenado al fracaso. Es más, afirma que tal procedimiento, tanto en la vida
cotidiana como en la ciencia, ni se emplea ni tiene por qué emplearse.
2.1.2.2. Las leyes
como conjeturas: De lo que acabamos de decir se sigue que las leyes no pueden
considerarse como meras generalizaciones inductivas de enunciados
observacionales. En ellas hay siempre un elemento hipotético, son conjeturas
que predicen la experiencia futura, la cual, si se ajusta a las expectativas
que las leyes proporcionan, las confirmará provisionalmente, y si no lo hace
las refutará.
2.1.2.3. La teoría y
los hechos: Por último, la objeción básica que ha de hacerse a la metodología
inductivista es la de que <dos hechos» están impregnados de teoría, es
decir, que no puede hacerse la separación tajante entre observación «pura»,
preteórica, y teoría basada en la primera, ya que la experiencia está de
antemano mediada por el lenguaje -el cual ya le imprime una cierta
orientación-, por las teorías anteriores -a veces inconscientemente asumidas-
y, sobre todo, por los problemas que se pretende resolver, que son los que
hacen que nuestra atención se centre en un determinado campo, ya que la
observación indiscriminada y sin un objetivo previamente establecido, ni se
acaba nunca ni lleva a ninguna parte.
2.1.3. El desarrollo
del conocimiento. El «adanismo teórico» no sólo es indeseable, sino que resulta
imposible. No se puede partir desde cero, sino que hay que tomar como punto de
partida las teorías existentes, someterlas al dictamen de la experiencia y
mantenerlas mientras no sean refutadas. Ese es el método de la ciencia:
elaborar conjeturas arriesgadas e intentar refutarlas acto seguido. Tal
procedimiento de conjeturas y refutaciones -que no tiene que recurrir a la
inducción para nada- no es más que una extensión al ámbito científico del
procedimiento de ensayo y error -y eliminación del error y nuevo ensayo- que
rige la adquisición de conocimientos desde los animales hasta los sabios.
El objetivo de la
ciencia es, dice Popper, el hallazgo de la verdad; es decir, de teorías
verdaderas que describan y expliquen correctamente los hechos. Ahora bien, dada
la naturaleza conjetura de todo conocimiento ninguna teoría puede considerarse
definitiva o lo que es lo mismo, de ninguna podemos afirmar sin asomo de duda
que sea verdadera... pero sí que sea verosímil, y más verosímil que otra, lo
cual suministra un criterio para elegir entre teorías rivales. Pero ni en esta
cuestión ni en las que acabamos de mencionar más arriba podemos profundizar más
ahora: si las hemos traído a colación ha sido para mejor explicar el marco
conceptual en el que surge y tiene pleno sentido la refutabilidad como criterio
de demarcación, el cual se encuentra con algunos problemas que ahora vamos a
exponer.
2.2. Dificultades
del criterio de refutabilidad
2.2.1. Los
enunciados particulares. Según el criterio popperiano, nos encontramos con que
han de excluirse de la ciencia los enunciados particulares, ya que éstos no son
refutables. Así, por ejemplo, el enunciado «algunos beduinos beben cazalla»
puede ser verificado -y en sentido fuerte, por cierto ya que para ello basta
con que encontremos un solo degustador de tan recio producto, pero no puede ser
refutado, ya que ninguno de los muchos beduinos abstemios que sin duda
encontraríamos cerraría la posibilidad de uno amante de las bebidas espiritosas
y, por tanto, el enunciado nunca quedaría refutado. Esto por lo que se refiere
a los particulares afirmativos; con los particulares negativos pasa lo mismo:
«algunos faquires no comen judías» tampoco puede ser refutado, por razones
análogas.
Popper es consciente
de tal dificultad (que, recordémoslo, no elimina la significatividad de tales
enunciados , si no sólo su cientificidad) y trata de esquivarla diciendo que, a
fin de cuentas, los enunciados que las ciencias pretenden establecer, las
leyes, son enunciados universales, y para ellos está hecho el criterio. No hay
nada desastroso en admitir que los enunciados particulares no son científicos.
2.2.2. ¿Condición
necesaria o suficiente? A juzgar por todo lo que llevamos dicho, parece que
puede aceptarse que la refutabilidad es un requisito que forzosamente han de
cumplir los enunciados científicos, es decir, es una condición necesaria de
cientificidad pero tal condición es cumplida por muchos enunciados -cualquier
enunciado empírico universal, o sea, de la forma «todo X es Y» que a duras
penas podrían considerarse científicos. Parece, pues, que la refutabilidad no
es condición suficiente de cientificidad.
2.2.3. ¿Esta refutado
el criterio de refutabilidad? Esta pregunta puede resultar ya más inquietante
para las tesis de Popper. Hay dos grandes corrientes dentro de la última teoría
de la ciencia que responden afirmativamente, en tanto que, como era de suponer,
Popper y sus seguidores consideran vigente el criterio. En este punto nos
introducimos en una de las más interesantes polémicas que ahora mismo se
mantienen. Pero antes de esbozar brevemente las dos líneas de ataque a Popper,
recordemos que, según él, la refutabilidad da cuenta tanto de lo que de hecho
realizan los científicos cuanto de las exigencias lógicas, o de derecho que han
de satisfacer las leyes y teorías científicas. Por ambos lados llueven
navajazos -teóricos, claro está-.
2.2.3.1. Historia de
la ciencia frente a la lógica de la ciencia: Hay un grupo de filósofos de la
ciencia cuyas obras más características se publicaron alrededor de los años
sesenta (Toulmin, Hanson, Kuhn, Feyerabend e incluso el discípulo de Popper,
Lakatos) que se han dedicado a estudiar la historia de la práctica científica
en lugar de la lógica de las teorías, y mantienen que lo que los científicos
realmente hacen no tiene mucho que ver con el ansia implacable de refutar sus
propias conjeturas de la que habla Popper, sino que, salvo los episodios
revolucionarios en los que se sustituye una teoría por otra cuando la primera
resulta ya insostenible, hay muchas leyes y teorías que se siguen aceptando
pese a que haya experiencias que las «refuten. Y esto se debe tanto a razones
de economía teórica -confianza en que las presuntas anomalías algún día se
subsanen, o simplemente ausencia de otra teoría sustitutiva- como a motivos
psicosociológicos -como rutina, cariño, obcecación, esteticismo-.
2.2.3.2. La
concepción estructuralista de teorías: La otra línea de ataque coincide con
Popper en la convicción de que la teoría de la ciencia ha de ser lógica de la
ciencia, análisis de las teorías científicas. Ahora bien, esta “nueva lógica de
la ciencia” (Sneed, Stegmuller) rechaza un modo de entender las teorías
científicas que comparten los positivistas lógicos y el propio Popper, a saber,
la concepción lingüística de las teorías científicas, según la cual éstas son
conjuntos o sistemas de enunciados (recuérdese lo que decíamos al comienzo del
artículo). Frente a ello, los “nuevos lógicos de la ciencia” sostienen que las
teorías son estructuras en el sentido matemático, constituidas por un par
ordenado cuyos dos miembros son respectivamente un conjunto de tesis y un
conjunto de aplicaciones.
Y, en medio del fragor del combate
intelectual, nos vemos obligados a finalizar.
Uno de los pensamientos filosóficos que tratan de explicar la obtención del conocimiento es el positivismo. Esta corriente afirma que el auténtico conocimiento es el conocimiento científico; el cual se logra a través del método científico y se logra cuando surge la afirmación de la hipótesis. Entre los precursores se tiene al filosofo, político, abogado, escritor y canciller ingles-. Francis Bacón en los siglos XVI y XVII. Dicha epistemología surgió con el objeto de estudiar científicamente al ser humano y el ámbito social donde se desenvuelve como objeto de estudio científico. Esta corriente se caracteriza por aplicar un solo método aplicable a todas las ciencias, explican causalmente los fenómenos por medios generales y universales. La forma de conocer es inductiva y en las ciencias sociales primero en lo documental y escasea la síntesis interpretativa. Entre los aspectos más destacados de esta propuesta epistémica es que plantea un método basado en la experimentación, observación y recolección objetiva de datos, a fin de buscar explicaciones a la causas que originan los fenómenos. Es necesario acotar que existen diferentes corrientes positivistas entre ellos: positivismo ideológico, empiricriticismo, positivismo metodológico o conceptual, positivismo analítico, positivismo sociológico, positivismo realista y neopositivismo. Todas ellas enfocadas en dar respuesta científica a los problema que se les presentan al hombre en sus diferentes ámbitos.
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